Sala de Prensa

03/09/2008

Víctimas, niños y delincuencia

Columna de Gabriel Miranda Varas, Abogado Unidad de Estudios y Coordinador Defensa Juvenil de la Defensoría Regional de O´Higgins.

El pasado martes 2 de septiembre, fue publicada la columna de opinión “Mesa técnica de asistencia a víctimas Región de O´Higgins” por la Jefa de la Unidad de Víctimas y Testigos Yenny Muñoz Torres, quien nos recuerda que se ha cumplido un año más desde la promulgación de la Convención sobre los Derechos del Niño en nuestro país, el 14 de enero de 1990. Ha sido un gran paso para el reconocimiento de los derechos de las personas menores de edad en nuestro país, en donde, por obvio que parezca, a los menores de 18 años de edad, se les reconoce la calidad de personas, sujetos autónomos que gozan de dignidad y derechos, sumado al hecho que al tratarse de individuos que se encuentran en una etapa de desarrollo, se les debe dar un trato especial, acorde con la etapa de su vida que está viviendo.

Hasta no hace mucho tiempo, los padres teníamos el derecho de castigar moderadamente a nuestros hijos, lo que podía incluir castigos físicos, recién el año 1998 esta norma fue derogada, ya que es obligación de nuestro Estado  adoptar todas las medidas internas para garantizar la plena vigencia de la Convención y el respeto de los derechos contenidas en ella, el derecho a la vida, a la nacionalidad, al nombre, a no ser separados de sus padres contra la voluntad de éstos, a tener contacto directo con ellos, a expresarse libremente, a la libertad de pensamiento, a la libertad de asociación, derecho a la protección contra el abuso físico o mental, a ser cuidados, a no recibir malos tratos, etc. Es un catalogo de derechos que como ciudadanos estamos llamados a conocer y difundir. Nuestros niños no nos pertenecen, no son un botín de guerra en un juicio por pensiones alimenticias o regulación del contacto personal de los padres, no son los recaderos de las odiosidades de quienes han fracasado en sus proyectos de vida en común, son individuos que pese a no tener autonomía completa, no por esto son personas de segunda o tercera categoría.

Ahora bien, existe un consenso absoluto sobre lo repudiable que resulta que un niño sea víctima de un delito sexual, quien no tiene un desarrollo físico apto para ejercer su sexualidad y no se encuentra en condiciones de desarrollo mental para decidir libremente si se relaciona sexualmente con alguien, ya nuestra legislación establece altas penas en contra de la pedofilia. Pero me gustaría invitarlos como lectores de esta columna de opinión, a situarnos en otra hipótesis, en la de un niño abandonado por sus padres, el que se ha criado en la calle, que no ha tenido referentes paternos, que ha pasado hambre, que no ha tenido acceso a redes asistenciales, no ha tenido acceso al sistema educacional, que los medios para sobrevivir los ha conseguido en el aprendizaje de sus pares, que probablemente para paliar el hambre y el frío se encuentre drogándose con bencina o neoprén, en resumen un niño en riesgo social, que podemos encontrar día a día en los semáforos de nuestra ciudad, pidiéndonos unas monedas y al que nos cuesta mirar a la cara, para no sentirnos culpables del desamparo de estos niños “alejados de la mano de Dios”.

Estos niños tan distintos a nuestros hijos y nietos, son posibles candidatos a infringir la  propiedad ajena, pero la Convención también reconoce derechos, en el sentido que sean tratados de acorde con el fomento de su sentido de la dignidad y el valor, que fortalezca el respeto del niño por los derechos humanos y las libertades fundamentales de terceros, es por eso que la tan criticada e incomprendida Ley de Responsabilidad Penal Adolescente no es entendida por quienes se encuentran ajenos al sistema de justicia y piensan que es una burla tener sanciones tan “blandas” para los menores de edad, pero no es un tema de dureza o no de la sanción, sino que es una ley que reconoce derechos fundamentales para nuestros menores, que pese a haber infringido la ley, tengan oportunidades de enmendarse y por qué no, insertarse por primera vez en una sociedad que parece haberlos olvidado.

Los invito a  reflexionar sobre estos niños víctimas de la falta de oportunidades en nuestra sociedad, al parecer más preocupada del consumo y el éxito económico.

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