Sala de Prensa

23/12/2008

Paula Vial, Argentina, 1973

Defensora Nacional hace un flashback en Revista Ya de El Mercurio, edición del 23 de diciembre.

Esta imagen me traslada completamente a una feliz,  muy feliz infancia.  Recuerdos de niñez jugando con mis hermanos –soy la mayor de seis- y mis miles de primos.  Y siempre en el campo: en Argentina, en “La Casualidad”, mi  amada estancia en la provincia de Buenos Aires; o en Ocoa o Nogales, en la provincia de Aconcagua, en Chile.

En esta foto estamos en “La Casualidad”.  Aparecemos mi papá, mi hermana María Teresa – la niña rubia- y yo, los tres sentados de piernas cruzadas; nosotras imitando al papá, y él tan joven.  Al fondo se alcanza a ver un poco de la casa, tan linda.   En plena pampa húmeda, sólo pensábamos en el infinito.  Enormes extensiones sin límites, llenas de vida y emociones.   Pampa profunda y abundante, con cielos limpios y noches estrelladas.

Allí es donde aprendí de la libertad.  Era feliz corriendo y trepando árboles, leyendo libros de aventuras de la colección Robin Hood (piratas, princesas y caballeros fueron mis amigos esos años), andando a caballo por horas, participando de algunas “fiestas campestres”: la doma de caballos, la esquila de ovejas, marcar a los animales, vacunarlos.

Allí también aprendí de la osadía y el arrojo.   Me acuerdo Pablo Correa, el gaucho más gaucho en mis memorias, que me enseñó a andar a caballo a los dos o tres años.  Admiraba la soltura con la que se manejaba en las tareas del campo.  Se movía con su caballo como si fueran uno: era el rey del lazo y el facón.

Recuerdo largas horas en la matera, el lugar donde se reunían los peones, hombres cutidos en el campo, de pocas palabras, que se comunicaban con la ronda que daba el mate.   Un mate amargo.  ¡Me sentía tan gaucha tomándolo!.

Me encantaba salir a recorrer el campo a caballo con mi papá y mis hermanos.   Eran paseos eternos, con carreras incluidas.  O recorrerlo sentados atrás en la camioneta, cantando canciones que hasta hoy entonamos y enseñamos a nuestros hijos.

Me divierte recordar mi fama de valiente, a la que tenía que hacer honor, lo que suponía aceptar desafíos “peligrosos” de mi familia, como ir en la noche hasta la matera a buscar algo, o hasta el final del parque para probar mi coraje.   Y mi mamá, siempre asombrada –y orgullosa- de que lo lograra. 

Recuerdo también las noches de tormenta,  ¡las mejores! Relámpagos que iluminaban el parque como si fuera mediodía.  Nosotros reunidos a oscuras en el living, observando por el ventanal el espectáculo de la naturaleza, imponente, sobrecogedor.   Cada estruendo agitando de emoción al grupo y miles de bichos bullando en torno a un haz de luz, como una alfombra oscura viva en movimiento. 

Amo las tormentas eléctricas desde esos días.

En mis remembranzas de infancia, mis hermanos tienen un lugar fundamental.  Ser tantos hermanos fue muy divertido.  Siempre había compañeros de diversión mucho alboroto y aventuras.   Todos muy achoclonados, con almuerzos ruidosos y festivos.

Siento que esos años me forjaron.  Valiente, soñadora, idealista y libre.  Feliz.”

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