Sala de Prensa

19/03/2009

Prohibir no sirve

Columna de la Defensora Nacional, Paula Vial publicada en The Clinc

Decía Albert Einstein que “Locura es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes”.  Con él parecen coincidir varios ex presidentes que integran la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, y que en un reciente informe sobre evaluación de la política de drogas en la región concluyen, sin sorpresas para muchos, que el enfoque esencialmente represivo frente al fenómeno del uso de drogas ilícitas es un fracaso, por lo que es imprescindible revisar las políticas aplicadas y cambiar el enfoque. Muchos estudiosos y académicos, algunos premios Nobel entre ellos como el economista Milton Friedman, han señalado que el giro debe apuntar a la legalización de las drogas, particularmente las blandas, por cuanto el costo de la lucha contra el narcotráfico es exorbitante y podría ser aprovechado en prevención y tratamiento, y porque en consonancia con la libertad esencial del ser humano debiera permitirse el consumo de cualquier sustancia. Más novedoso, en cambio, es que quienes aparezcan alzando la voz ahora sean ex–presidentes de países que han sufrido con mayor intensidad las consecuencias de la política de “guerra contra las drogas”: Fernando Henrique Cardoso de Brasil, César Gaviria de Colombia y Ernesto Zedillo de México y que reclaman un cambio de paradigma, que comienza con la apertura a la discusión del mismo. En el triste centenario del prohibicionismo, la prestigiosa publicación británica The Economist dedica su último número a la propuesta de legalización de las drogas, como una vuelta de tuerca imprescindible para aspirar a la que consideran la menos mala de las políticas antidrogas. Y recuerda que actualmente el debate se ha centrado en una estrategia, en el ámbito europeo, de reducción de daños y liberalización de ciertas sustancias menos nocivas, como la marihuana. Porque evidentemente seguir haciendo lo mismo por otro siglo, sin tener respuestas a preguntas difíciles pero esenciales, es irresponsable. ¿Se elimina el narcotráfico con penas más duras y represión o legalizando estas sustancias nocivas, tal como se permite el tabaco? En ese caso ¿habrá más adictos? ¿Habrá menos muertos? Iniciar y aceptar el debate. Transparentar un problema que se ha ido enquistando en nuestra sociedad, agravado año a año, sin solución aparente con las actuales medidas. Visibilizar un enfoque errado que criminaliza un problema de salud y equivoca el rumbo. En drogas no sólo faltan respuestas, sino que además hay preguntas que pareciera delictual e inmoral hacerse. Vencer el miedo a preguntar es de la esencia de la libertad y es de la esencia de los gobernantes dar respuestas correctas, basadas en evidencia. En Chile, desafortunadamente, el problema y su falta de solución no es diferente. Y esto tiene múltiples manifestaciones. En nuestro propio fracaso, y como un efecto evidente de la penalización de una enfermedad, es interesante constatar que de los 38.274 detenidos en el 2008 por delitos asociados a las drogas, lo que supone un 52,1% más que el año anterior, cerca de un 70% corresponden a infractores por porte y consumo.  Pero es que además, contrariando las recomendaciones internacionales y las evidencias de las malogradas políticas antidrogas, el reglamento de la ley de drogas, nº 20.000, paradojalmente incluyó a la Cannabis en el listado de las "drogas duras". Ello, no obstante que durante la discusión parlamentaria, la original incorporación de la cannabis como “droga dura”, fue dejada sin efecto por una indicación del ejecutivo que sostuvo que dicha droga no siempre producía los efectos mencionados en la norma, de grave daño a la salud y dependencia, por lo que debía eliminarse su mención, lo que se aprobó por unanimidad (Historia de la Ley 20.000, pp. 428.) Aquello que el parlamento había rechazado con argumentos contundentes fue revocado por una simple norma administrativa. Según cifras del 2007 de Gendarmería, el 8,7% de los delitos de la población que cumple condena en nuestras cárceles corresponden a ilícitos contemplados en la ley de drogas. Pero ese castigo llega además, generalmente a los de más abajo, al último eslabón de una cadena que se fortalece al amparo de la ilegalidad. Nuestras cárceles están llenas de “burreros”, sin ningún poder decisorio ni de emprendimiento en este negocio, fácilmente reemplazables y que de la noche a la mañana se ven presos por largos períodos, muchos en un país extranjero. Lejos de reducir la criminalidad, la prohibición la ha acentuado. No sólo se criminaliza al consumidor, quien en realidad es un enfermo, sino que se materializa una cadena de crímenes asociados a la prohibición, según las distintas etapas del ciclo de las drogas. En una notable entrevista de O`Globo, Marcola, jefe del PCC, una organización intracarcelaria de Sao Paulo, relata cómo se ha ido generando una subcultura alrededor del narcotráfico, integrada por los sectores más excluidos y precarios, y cómo la sociedad ha sido completamente incapaz de entender la magnitud del problema y enfrentarlo con eficiencia antes que con medidas de propaganda. “Ustedes sólo pueden llegar a algún éxito si desisten de defender la `normalidad´. No hay más normalidad. Ustedes precisan hacer una autocrítica de su propia incompetencia. Pero ser francos, en serio, en la moral. Estamos todos en el centro de lo insoluble. Sólo que nosotros vivimos de él y ustedes no tienen salida. Sólo la mierda. Y nosotros ya trabajamos dentro de ella. Entiéndame, hermano, no hay solución. ¿Sabe por qué? Porque ustedes no entienden ni la extensión del problema. Como escribió el divino Dante: `Pierdan todas las esperanzas. Estamos todos en el infierno´" .

 

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