Sala de Prensa

22/09/2010

Un gesto necesario

La siguiente columna, escrita por el abogado Carlos Henríquez Martínez, de la Defensoría Regional de Valparaíso, fue publicada en el diario El Mercurio de esa ciudad.

“Con ocasión de la Pascua, el gobernador tenía la costumbre de dejar en libertad a un condenado…” (Mateo XXVII, v.15).

La Pascua Judía conmemora la liberación del Pueblo de Israel del yugo egipcio, es decir, su independencia. Este año nos corresponde celebrar el bicentenario de la nuestra, sin embargo no hubo voluntad ciudadana para repetir el gesto.

En julio del año en curso, el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica de Chile y el Consejo Nacional de la Mesa Ampliada de Entidades Evangélicas de Chile presentaron al Gobierno sendas proposiciones.

Con algunos pequeños matices o diferencias, ambas propuestas abogaban por un indulto para el Bicentenario de alcances muy  limitados, ya que en ellas se excluían las condenas por delitos de sangre o especialmente peligrosos, se señalaba que los beneficiarios deberían haber cumplido una parte importante de la pena y haber demostrado buen comportamiento y signos de rehabilitación o que alcanzara a personas que por su edad o padecimiento de enfermedades irrecuperables estaban lejos de poder repetir conductas delictivas.

La respuesta ciudadana adversa seguramente está motivada por el miedo o el hastío de conocer a diario de hechos que alteran gravemente la convivencia social, reconduciendo su estado de ánimo al deseo de que sus responsables permanezcan por largos años fuera de la vida ciudadana. Si ese razonamiento es correcto, me parece que la comunidad debe hacerse cargo de dos paradojas.

La primera, que tarde o temprano (y desde su perspectiva, más temprano que tarde), estos delincuentes o antisociales obtendrán su libertad y entonces, ¿qué debemos esperar de ellos? En recintos penitenciarios largamente sobrepasados en su capacidad (Gendarmería de Chile reporta que a julio de 2010 custodiaba a 52 mil 950 personas privadas de libertad), con escasa dotación de personal de vigilancia y profesionales, sin espacios para talleres o escuelas (reconvertidos progresivamente en celdas), las tareas de rehabilitación y reinserción se limitan a un juego de roles: unos hacen como que  rehabilitan y otros hacen como que son rehabilitados…

La segunda, que estos delincuentes, en su mayoría, mal que nos pese, son nuestros delincuentes, también compatriotas, personas que algunas vez coexistieron con nosotros, compartiendo la sala de clases, nuestras calles y plazas, nuestro lugar de trabajo y hasta nuestros templos. Se desviaron gravemente y ahora pagan por ello y su sufrimiento alcanza a sus padres, parejas e hijos, también compatriotas nuestros.

Por Carlos Henríquez Martínez, abogado Defensoría Regional de Valparaíso.

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