Sala de Prensa

24/03/2011

El crimen de la diversidad

La siguiente columna de opinión, escrita por la Defensora Nacional, fue publicada en la edición de hoy del semanario The Clinic.

Parece que en Chile a veces la diversidad es un pecado, un crimen. Existen grupos en nuestro país, como los mapuches, que probablemente no se sienten parte de nuestra nación. No vibran con la selección y sus triunfos en el mundial o en amistosos con Portugal. No bailan cueca para el 18 o toman chicha en cacho. No lo necesitan, pues tienen sus propias costumbres y celebraciones y se sienten orgullosos de ellas. Nos hablan y no los escuchamos, salvo cuando se hacen notar entre las llamas de un incendio o los sonidos roncos de su protesta. Se muestran y no los vemos, salvo con el hambre de su huelga y el dolor de sus muertos. Y como sólo concebimos que sean parte de nuestro Estado en una integración que los anule, los rechazamos. No aceptamos la convivencia pacífica de dos culturas, de dos naciones. O de varias. El convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales en países independientes reconoce las aspiraciones de esos pueblos a asumir el control de sus propias instituciones y formas de vida y de su desarrollo económico y a mantener y fortalecer sus identidades, lenguas y religiones, dentro del marco de los Estados en que viven, al tiempo que observa que en muchas partes del mundo esos pueblos no pueden gozar de los derechos humanos fundamentales en el mismo grado que el resto de la población de los Estados en que viven y que sus leyes, valores, costumbres y perspectivas han sufrido a menudo una erosión. Pero recuerda su particular contribución a la diversidad cultural, a la armonía social y ecológica de la humanidad y a la cooperación y comprensión internacionales y por todo ello dispone -y en Chile obliga- a una acción coordinada y sistemática, con miras a proteger los derechos de esos pueblos y a garantizar el respeto de su integridad, de sus derechos humanos sin discriminación. Y, sin embargo, permitimos abusos y discriminaciones. No sólo con ellos, sino con todo aquel que sea distinto. Permitimos que se criminalice su clamor, les aplicamos reglas que sólo los alcanzan a ellos, los juzgamos con mayor dureza y con estereotipos que los condenan.  Incluso les imputamos delitos como grupos, sin distinguir responsabilidades individuales, como en el llamado caso “bombas” o en el de los comuneros mapuches de Cañete. ¿A quiénes? ¿A los okupas? ¿A los anarquistas? ¿A los mapuches? La responsabilidad penal es personal y sin discriminación ni prejuicio. Quien hace algo responde por sus consecuencias, luego de un juicio justo y un debido proceso. No respondemos porque somos mapuches ni porque somos judíos. ¿Es tan caro ser distinto? ¿Es tan terrible discordar de la mayoría? ¿No se puede protestar, aun con algo más de irritación y compromiso con algunas ideas? No delitos, protesta. No crímenes, rebeldía. Y por los delitos, y con la perspectiva que corresponda y no la sobredimensionada del prejuicio y el montón ambiguo, que respondan los que conciernan. Aquellos a quienes se les ha destruido su escudo de inocencia. Con pruebas desde la equidad y el equilibrio. La criminalización de la protesta y la diversidad nos desestabiliza como sociedad mucho más que la existencia de aquellas. Pretende una uniformidad cómoda y segura, que no responde a la multiplicidad que nos caracteriza. Anula la riqueza de la complejidad y pluralidad. Y obliga y empuja a extremos que nos arriesgan. Siempre habrá algo que nos distinga a unos de otros. Aprender a aceptarlo y respetarlo es parte de las riquezas de la democracia. Y la uniformidad es parte de sus pobrezas. En la Defensoría hemos aprendido a oírlos. A respetar las diferencias sin cuestionarlas. A preocuparnos por acercarnos desde la empatía, sin pretender aplicar nuestros cánones a sus conflictos. No necesitamos ser okupas o mapuches para entregar la defensa más especializada, pero nos esforzamos por conocerlos a cabalidad para acercarnos a sus necesidades reales. El proceso de respeto y descubrimiento es largo y complejo. La aceptación del otro debe ser mutua, reconociéndonos en las diferencias, como tarea de acá y de allá. Pero debe ser una urgencia que nos enriquecerá.  

Por Paula Vial Reynal, Defensora Nacional.

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