Sala de Prensa

24/08/2012

Delincuencia juvenil: cuando la solución no es encerrar a los jóvenes

La siguiente columna, escrita por el abogado de la Unidad de Estudios de la Defensoría Metropolitana Sur, Cristián Sleman Cortés, fue publicada en el Diario El Labrador el 19 de agosto de 2012.

Cuando los noticiarios de televisión informan de la perpetración de un delito, y que alguno de los participantes fueron menores de edad, escuchamos a muchas personas  demandando cárcel para los jóvenes. Esta reacción en las víctimas y en su entorno cercano es absolutamente comprensible y hasta legítimo, cómo no, cualquiera de nosotros podría ocupar su lugar, ellos hablan desde las emociones, desde sus traumáticas experiencias.

Las estadísticas de la Defensoría Penal Pública del año 2011 señalan que sólo un 10% de los imputados atendidos corresponden a menores entre 14 y 17 años de edad. Por su parte, el Centro de Estudios de Seguridad Ciudadana (CESC) de la Universidad de Chile, en un reciente estudio difundido por el Ministerio de Justicia, indica que de todos los jóvenes que infringen la ley penal, un 39% reincide durante el primer año, cifras que son  cercanas a países europeos. Es decir, no es correcto señalar que la delincuencia juvenil se encuentra desbordada o es mayoritaria en relación a la de adultos.

Al abordar el tema de la delincuencia juvenil, desde un punto de vista de política pública - en aras de buscar una verdadera solución al problema- recurriendo para ello a disciplinas como la psicología infanto juvenil, la criminología, o incluso la experiencia de otros países que han estudiado con mayor profundidad la vinculación de los niños con el delito, es posible sostener que la privación de libertad, la cárcel en palabras más claras, no es en absoluto una solución efectiva para alcanzar la resocialización de un adolescente que ha cometido algún delito. Muy por el contrario, el encierro, en un número importante de jóvenes, lo único que consigue es profundizar su relación con los actos criminales.

A un adolescente preso se le priva, entre otras cosas, de sus principales herramientas de socialización, los vínculos con su familia y con su entorno en general, en una etapa vital de su desarrollo psicológico donde justamente se encuentran forjando dichas capacidades. Además los obligamos a relacionarse con otros jóvenes que también han cometido delito, algunos de ellos con mayor perfil criminógeno lo que constituye un verdadero aprendizaje y profundización de sus códigos de conducta antisocial. La sociedad adulta los estigmatiza, los trata desde ya como delincuentes, entregando pobrísimas oportunidades de salir del submundo delictual. No nos sorprendamos entonces que, adolescentes tratados de esa forma se conviertan a futuro en avezados delincuentes adultos, pues nosotros mismos les hemos marcado el camino.
 
Como ex defensor penal juvenil, tengo la firme convicción que el modo correcto de intervenir a los adolescentes infractores de ley, en la gran mayoría de los casos, es mediante programas socioeducativos desarrollados en libertad. No podemos pretender resocializar a un niño fuera de la vida en sociedad, encarcelados, desvinculado de sus principales redes de apoyo. Eso sería tan utópico como pretender enseñarle a nadar a un niño fuera del agua, resultaría simplemente iluso o, a lo menos, poco probable. Debemos enfrentar responsablemente la resocialización de nuestros jóvenes infractores de ley, buscando los caminos efectivos y ya probados, y no pretender que la cárcel es la solución definitiva a la delincuencia de los niños y jóvenes de nuestro país.

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