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11/11/2020
Historias de inocentes:
El perdón que provocó que la Corte Suprema absolviera a nochero condenado por robo (*)
El hombre de 35 años debió pasar un año y medio en la cárcel por un delito que no cometió.
(*): El siguiente artículo periodístico fue publicado por el diario electrónico En Estrado (www.enestrado.com).
Por Malú Urzúa,
periodista En Estrado.
Si convencer a un tribunal oral, la Corte de Apelaciones o la Corte Suprema, que la persona acusada por el Ministerio Público de un delito violento no tuvo nada que ver con el hecho ya es una tarea difícil, lograr que el Poder Judicial revierta la sentencia ejecutoriada a un “culpable” puede resultar titánico.
No fue éste, sin embargo, uno de esos casos: los ruegos de una víctima segura de haber reconocido mal al asaltante de su negocio -único sustento de la sentencia-, derivaron de inmediato en una declaración de inocencia y múltiples disculpas a un hombre de 35 años que debió pasar un año y medio en la cárcel por un delito que no cometió.
El nombre del condenado es Julio César Robles; el de la víctima, Hugo Henríquez Rojas. Pese a que la madre de uno vivía a unas cuadras del pequeño negocio de barrio que tenía la madre del otro, no se conocían. Hugo fue quién vio a Julio por primera vez. Los carabineros ocultaron a la víctima en el furgón policial mientras uno de ellos tocaba el timbre de la casa en que Julio vivía y lo hizo salir simulando una conversación informal. Ahí Hugo lo reconoció. Cómo llegaron a conversar por primera vez en la cárcel -Hugo rogándole a Julio que lo disculpara-, fue el final de una historia en realidad muy sencilla.
El 4 de agosto de 2010, a las 15:15 horas, una mujer de 59 años fue asaltada en su negocio de la Población Juan Pablo Segundo, en Copiapó, por un hombre que minutos atrás había entrado ofreciéndole máquinas de afeitar tipo Gillete. Tras distraerse unos minutos en otras cosas, de pronto lo pilló sacando de la caja $ 30 mil y una bolsa con monedas. La mujer llamó a su hijo, de 16 años, quien estaba al interior de la casa que cobijaba el negocio, y él, Hugo, se abalanzó contra el ladrón, que a su vez lo agredió para evitar que lo atrapara. Escapó.
Vino entonces la denuncia a Carabineros -con los relatos de Hugo, su madre y una vecina que llegó después-, la apertura de una investigación en la Fiscalía y un policía uniformado –el mismo que había concurrido al negocio tras el asalto- con una orden de investigar.
En medio de un patrullaje por el sector, durante un control de identidad a unas personas que se encontraban tomando en una plaza, intuyó tener frente suyo al asaltante que cuatro días antes le habían descrito: “Alto, moreno, flaco”. Llevó su foto a la casa de las víctimas, ellas dijeron que era él. Subieron al furgón a Hugo y lo llevaron oculto a la casa de Julio para “corroborar” el “reconocimiento”.
Revisado el expediente y los fallos, puede afirmarse sin lugar a dudas que fue sólo debido al reconocimiento, reforzado por las víctimas en el juicio oral, que Julio Robles fue condenado. No sirvieron sus alegaciones de la defensa, en esos momentos ejercida por un abogado privado, de que al momento del asalto él se encontraba durmiendo en la casa de su madre –tenía de testigo a su hermana, pero el Tribunal Oral en lo Penal hizo ver su “poca imparcialidad”, puesto que ambos “se quieren muchísimo””, dice la sentencia condenatoria.
Tampoco una serie de liquidaciones de sueldo que demostraban que hacía nueve años que trabajaba como nochero en una minera, recibiendo un sueldo que el último mes había sido de casi $ 1 millón, por lo que no requería el robo de $ 30 mil.
El tribunal también desestimó la versión de Julio utilizando la siguiente lógica: él y las víctimas no se conocían, por lo que ellas no tenían ningún motivo para inculparlo injustamente; y él había dicho que no conocía el negocio asaltado, lo que a los jueces les pareció imposible dado que su madre vivía a pocas cuadras.
El 12 de junio de 2012, Julio Robles fue condenado a pasar cinco años y 1 día en la cárcel por el delito de robo con violencia
CARA A CARA CON EL VERDADERO ASALTANTE
“Le explico el tormento que en estos momentos me encuentro viviendo”, le decía Hugo en una carta, nueve meses después, en marzo de 2013, al entonces presidente de la Corte Suprema, Rubén Ballesteros. “El parecido físico era tan semejante que yo erróneamente lo culpé a él…”, “le imploro que Julio Robles quede en libertad…”, “más que una petición, es un ruego de corazón…”, “yo como toda mi familia nos encontramos como si fuéramos culpables de haber destruido la felicidad de una familia entera al haber culpado a un inocente”.
Meses antes de la carta ocurrió que Hugo, ya de 19 años, se encontraba trabajando de reponedor de un supermercado de Copiapó cuando vio a un hombre robando una botella de alcohol y creyó que era Julio. Le extrañó, porque sabía que estaba en la cárcel.
Comenzó a dudar de lo que había hecho. Un día se le acercó un vecino del barrio para decirle que Julio no había sido el del asalto, que él sabía quién era. Con esa información, decidió a ir a hablar con la familia. Se encontró con una madre y una hermana acongojadas.
En la carta a Ballesteros las describía como “proveniente de una religión cristiana, en la cual se ve claramente los valores éticos y morales de él y toda la familia”, y “lo más importante y principal es que Julio es padre de una hija de 4 años de edad, por la cual se ha esforzado por darle una buena vida”. La hermana y la madre le habían contado que Julio no consumía ningún tipo de drogas, “lo cual a mí me hizo recordar –escribió también Hugo- que mi agresor se encontraba en ese momento drogado”.
Hugo dio su testimonio en muchos medios de prensa locales y nacionales, reconociendo haberse equivocado y explicando el caso. Incluso fue a la Fiscalía local, donde le dijeron que el caso ya estaba resuelto y no había más que hacer. Su hermana fue a hablar entonces con la Defensoría Penal Pública.
En noviembre de 2013, Renato González Caro, Fernando Mardones Vargas y Claudio Fierro Morales, abogados de la Defensoría, solicitaron al Máximo Tribunal la revisión de la sentencia basándose en el nuevo antecedente. En el traslado, el Ministerio Público se opuso sosteniendo que, de producirse la retractación de un testigo, el testimonio debía ser declarado falso por sentencia firme en causa criminal.
Esa fue toda su participación en el reclamo: a la audiencia ante los ministros de la Corte Suprema, la Fiscalía no se presentó. La Defensoría alegó que no se trataba de un testimonio falso, sino que de un error y evidenció los errores técnicos del reconocimiento.
La Corte Suprema, sin embargo, y como dejó escrito en el fallo del 14 de enero de 2014 -que anuló la sentencia y ordenó la inmediata libertad de Julio-, sólo aplicó la lógica: descartó el móvil del robo puesto que él “contaba con un buen trabajo y sueldo estable, lo que habría arriesgado por sustraer 30 mil pesos” y consideró que estaba excluida “toda posibilidad de confusión”, pues “la víctima reconoció al verdadero autor del delito (en momentos que) el sentenciado Robles Vergara se encontraba privado de libertad”.
Los ministros consideraron también “decidor” el hecho de que Julio Robles no había aceptado el juicio abreviado y con pena en libertad ofrecido por la fiscalía antes del juicio oral. Para el máximo tribunal, el que Hugo, la víctima, reconociese de haberse equivocado eran, efectivamente, “hechos nuevos, desconocidos durante el pleito”.
UN GESTO "MUY HUMANO"
“Hugo fue muy valiente al reconocer su error y empeñarse en lograr que un inocente no estuviera en la cárcel. Fue a la cárcel a pedirle perdón. Julio le contó ahí la rabia que tenía, se abrazaron y se pusieron a llorar los dos”, dice el abogado Renato González Caro. “Después de eso es que llega la hermana. Recurrió a nosotros porque entendía que para un caso así se necesitaba fuerza institucional. Entonces, antes de tomar cualquier decisión, fui a hablar con él a la cárcel”, agrega.
- ¿Cómo fue esa entrevista?
-Detrás de las rejas me contó toda la historia. Le dije que era casi imposible lograrlo, que hablaría primero con Hugo para tomar una decisión. Lo que más me preguntaba era si yo le creía. Yo le decía que no se trataba de eso, que yo haría mi trabajo como correspondía y que, lo que sí, nunca le iba a mentir.
“Fui a hablar con Hugo y le hice una serie de preguntas para saber si lo estaban presionando o si tal vez consideraba que la condena había sido muy alta, si tal vez se había encariñado con la familia de Julio, si tenía miedo porque vivía muy cerca. Me dijo que no, que lo que decía era verdad, que se habían equivocado”, cuenta.
Tras la anulación de la sentencia (rol 11109-2013), Julio recuperó su trabajo. La empresa nunca creyó fuera el autor del asalto y sólo lo había despedido una vez que fue condenado, otorgándole una indemnización incluso, y lo recibió con los brazos abiertos una vez que las cosas se aclararon.
Un par de semanas después, el entonces presidente de la Corte de Apelaciones de Copiapó, Antonio Ulloa, lo citó a su despacho y, en nombre del Poder Judicial, le pidió disculpas a él y a su familia. La reunión salió en los diarios. “Este gesto muy humano –dice el abogado- fue lo que Julio más agradeció”.
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