05/03/2010
Rescatando a mamá (*)
El siguiente testimonio fue escrito por el abogado Mario Palma, defensor penal público de Ñuñoa, luego de viajar a Concepción para rescatar a su madre.
(*) "Gracias a todos por darme la fuerza de seguir adelante. En cada centímetro recorrido sentí la fuerza y energía que me enviaban, por eso quiero compartir mi historia con ustedes y darles gracias nuevamente. Pueden contar conmigo para lo que sea necesario".
"El viernes 26 me acosté temprano, porque al día siguiente debía trabajar. Ya estaba durmiendo cuando a las 03:34 horas del 27 de febrero desperté con un temblor. Lo sentí bastante fuerte, desperté a Catalina. Ella, dormida, tomó su celular, la tomé de la mano y empezamos a correr por el pasillo hacia la escala.
El movimiento era fuerte, su dirección era de norte a sur y viceversa. El pasillo está en dirección oriente a poniente por lo que nos golpeábamos con los costados del pasillo, estaba oscuro. Comenzamos a bajar la escala y tras nuestro cayó un espejo que estaba sobre un arrimo. Logramos bajar, abrimos la puerta y nos quedamos en ese lugar.
Catalina llamó al Rayito, nuestro San Bernardo, y él se quedó con nosotros en el mismo lugar. Mientras tanto, intentaba decidir si quedarnos o salir a la zona del pasto. El peligro era evidente, debíamos cruzar un cobertizo de madera y tejas que se remecía con gran fuerza y podía caer sobre nosotros al cruzar, mientras comenzaron a verse destellos de luces del cobertizo de mi vecino de la casa que está frente a la nuestra.
Optamos por permanecer afirmados los tres en ese sitio, pues ahora el movimiento era de abajo hacia arriba. Pasó el tiempo, comenzó a detenerse todo y a terminar el terremoto. En ese momento cruzamos hacia la zona del jardín con el corazón a mil por hora.
Pasado el susto, encendí la radio de la camioneta. Comenzaban a informar y me enteré que el epicentro estaba situado en la Octava Región, cerca de Concepción. Sentí como si me hubiesen pateado el estómago y sin darme cuenta exhalé fuertemente tratando de soportar el golpe: mi madre estaba en la zona del epicentro.
A las 4 de la mañana salimos de la casa, pero antes encendí una vela y pude ver los televisores en el suelo. Tenía en mi cabeza muchos restos desprendidos del cielo, había que subir con cuidado por los vidrios rotos, el walking closet desarmado, la ropa desordenada y en el suelo.
Me puse un buzo y zapatillas y salimos del lugar. La casa quedó encargada a mis vecinos y en el trayecto no había semáforos ni luces, las personas conducían alteradas aún por lo ocurrido, debía ser cuidadoso.
Pasé a casa de mi hermana y estaban todos sin mayor novedad. Al verme, mi sobrina Javiera se lanzó a mis brazos y comenzó a llorar. Intenté calmarla y explicarle que lo importante era que estaban todos bien y juntos, pero la realidad era otra, mi madre no estaba y no sabíamos nada de ella. Continué la marcha y llegamos donde mi suegra, estaban todos bien y nos abrazamos, pero yo sólo pensaba en mi madre.
A las 8 de esa mañana llegué al Centro de Justicia. Sólo estaban los guardias, tomé mi cámara fotográfica e intenté registrar cómo se encontraban nuestras oficinas. Había bastante desorden y algunos muebles y computadores habían caído. En mi oficina el cielo falso estaba colgando sobre la silla que ocupo normalmente. Comenzaron a llegar los demás defensores y jueces. Me sentía incómodo, todos estaban de terno y corbata y yo aún de buzo y zapatillas, pero aún así, dejé el orgullo de lado y asumí mis tareas. Se efectuaron los controles de detención en la zona de tránsito, en el lugar donde estacionan los vehículos policiales, a pleno sol y sin mayores recursos. Durante el día insistía en comunicarme con mi madre, pero era imposible, no contestaba.
Al llegar a casa, como a las 19 horas, decidí que había que hacer algo, no me podía quedar de brazos cruzados. Fui a la casa de mi hermana y seguimos llamando a todos los teléfonos posibles para tener noticias, pero todo era en vano, no había comunicación.
Buscamos finalmente la dirección de la casa a la que llegarían nuestros parientes, fuimos a Carabineros de Las Vizcachas para que tomaran contacto con la unidad policial respectiva y enviaran a verificar cómo se encontraban, pero increíblemente Carabineros no tenía comunicación y contaban con los mismos medios que cualquier ciudadano puede tener, es decir sólo teléfono. No tenían equipos de comunicación de larga distancia, por lo que tendría que viajar a buscarla.
Me acosté frustrado y angustiado. Al día siguiente volvimos con Catalina donde mi hermana para continuar con esta especie de central telefónica en la que nos habíamos convertido, pero no había resultados. No aguanté más y decidí ponerme en marcha. Un gran amigo, Isaías, tipo comando, con experiencia en Irak, se ofreció para acompañarme. Debía ser un viaje prudente, con cautela, preciso, rápido y efectivo. La misión era rescatar a mamá.
Sólo sabía que ella no estaba en la casa de mis familiares, pues se encontraba en un camping con ellos. Debíamos llegar a la Octava Región y en terreno obtener información de su paradero exacto. Catalina estaba angustiada y le dije que sólo prendería el celular a las 4 y 10 PM, sólo por 15 minutos para conservar la carga de la batería.
Quería viajar conmigo, pero a la vez quería permanecer con su madre. Lloró, pero finalmente entendió que yo debía hacer el viaje sólo con mi amigo. También se ofrecieron un tío y mi sobrino Edison, pero logramos convencerlos de que si viajábamos sólo nosotros, habría menos de qué preocuparse.
La partida debía ser pronto. Fui a mi casa, saqué toda la mercadería no perecible y lo mismo hicimos con la mercadería de la casa de mi madre y de mi hermana. Fui a comprar a un negocio de barrio más mercadería, especialmente tallarines, arroz y conservas. También debíamos llevar agua para nosotros y las familias que esperaban. Llegó mi amigo, me despedí de la familia, de Catalina y le dije que lo mismo haría por ella si fuese necesario. No sabíamos cuánto demoraríamos, un día o una semana.
Sabíamos que los caminos estaban en malas condiciones, pero no sabíamos en qué nivel de destrucción los encontraríamos. Debíamos anticiparnos a posibles dificultades, el vehículo elegido fue una camioneta de grandes dimensiones, petrolera, y subimos una moto todoterreno para seguir avanzando en ella si era necesario. Además, dos bidones de 20 litros con combustible y las mercaderías. Entonces iniciamos el viaje.
Ingresamos a la autopista del nuevo acceso sur a Santiago cerca de las 14:30 horas. Un poco antes de llegar a Champa estaba el primer desvío: una pasarela había caído sobre el camino. Continuamos y nos detuvimos a cargar petróleo, el bombero de la bencinera nos dijo que no podíamos cargar en los bidones, pero por suerte no lo tomamos en cuenta. Eso sería vital. Cargamos el petróleo y llenamos el estanque de la moto. Comenzamos a sortear los diversos desvíos y a enfrentar con mucho cuidado las grietas de la carretera.
Lo que veíamos en el camino es difícil de expresar. En general, el 70 por ciento de la Ruta 5 Sur estaba habilitado. El otro 30 por ciento parecía una película de guerra: puentes destruidos, grietas profundas, vehículos atrapados en esas grietas, silos de trigo totalmente colapsados que dejaban escapar sus granos, pueblos con casas en el suelo. En general, casas de adobe y tejas, muros derrumbados, grandes filas en bencineras y negocios, personas en el frontis de su casa, con colchones, sillas, ollas y ropas en la vereda, algunos con carpas ya instaladas y preparándose para la noche que debían soportar a la intemperie, por posibles réplicas y para defender sus pocas cosas que habían rescatado.
Perdón, estamos en eso cuando vuelve a temblar. Es una más de las réplicas que hemos debido soportar. Ya estamos a miércoles 3 de marzo y son las 14:45 horas… Las personas siguen nerviosas, en la radio dicen que fue grado 6.3, algunos deciden bajar, otros nos quedamos. La radio avisó luego a las 15:20 una nueva alerta de tsunami en Talcahuano.
Continúo con la historia… Cuando estábamos cerca de Curicó, llamó Catalina y nos informó que habían decretado toque de queda en la Séptima y Octava Regiones a contar de las 21 horas. Tendríamos que quedarnos en Chillán y seguir al día siguiente si los desvíos nos atrasaban demasiado. No fue necesario detener la marcha, llegamos a la autopista Itata y estábamos ya a pocos kilómetros de Concepción, la idea era llegar primero a Talcahuano, verificar si mamá estaba con nuestros parientes. Si no era posible, debíamos ir a Concepción para saber si estaba con otros familiares y si nada de ello resultaba, tendríamos que obtener información de los camping de la siderúrgica Huachipato y concurrir hasta esos lugares para encontrarla. Sin embargo, los ángeles harían lo suyo.
En la autopista Itata comenzamos a ver personas instaladas con carpas, huyendo de un posible tsunami. Encendían fogatas para enfrentar una noche fría, el cielo oscurecía, estaba nublado y un manto de llovizna cubría la zona. Era una foto en blanco y negro pero con más tonos grises, tal como encontraríamos el espíritu de los penquistas.
Quisimos pasar a la bencinera de la autopista para cargar petróleo para el regreso. Sólo como precaución, ya que teníamos los bidones de reserva. Ingresamos a la estación de servicio y bajamos la velocidad. Era otra imagen de esas que te descolocan, como en películas de muertos vivientes: se nos acercaron cinco personas para saber qué queríamos.
En forma paralela veíamos que el minimarket había sido saqueado completamente. Nos dijeron que si queríamos petróleo lo sacáramos directamente y nos fuéramos. Miré a mi amigo y supimos que había que salir de ese lugar, avanzamos un poco en la camioneta y vimos a cerca de 30 personas que sacaban bencina y petróleo con varillas gigantes y botellas amarradas a ellas desde los depósitos que están en el suelo. Aceleramos y agradecimos el hecho de haber cargado los bidones con combustible cuando aún se podía hacer en forma civilizada.
Por fin llegábamos a destino. Indiqué a Isaías que nos fuésemos por la autopista que llega directamente a Talcahuano, que pasa por el mar. Cuando avanzábamos por ella, yo tenía que indicarle los obstáculos, como en los rallyes, para que no sufriéramos ningún accidente. Ya estaba oscuro y el toque de queda ya regía.
De pronto pude ver palos en el medio de la pista y avisé a mi amigo. Miré hacia un lado y pude ver que los palos correspondían a botes que habían cruzado la autopista por el fuerte oleaje. Avanzamos más en medio de la noche y de pronto vimos vehículos en sentido contrario que nos hacían cambios de luces. Aumentamos nuestra alerta y esforzamos la vista al máximo… para… para… para ver un socavón de 10 metros que nos conducía directamente al mar… Isaías frenó a tiempo, respiramos profundamente y dimos la vuelta.
Al regresar pude ver un aviso que indicaba “Aeropuerto” y le pedí a mi amigo que siguiera esa ruta. Recordé que uno de nuestros familiares, Marisol y su familia, vivían en las cercanías. Debíamos doblar en contra del sentido del tránsito, dejamos pasar a un vehículo que venía en sentido contrario y que doblaba correctamente, las luces no me dejaron ver bien, seguimos avanzando y yo indicaba distintos lomos de toro que habían en el camino, de pronto fijo mi vista en el auto que nos precedía. Me era conocido… Son ellos¡¡¡ …Son ellos¡¡¡ Es mi mamá… Bajé el vidrio de la ventana, alumbré con una linterna, empecé a gritar que era yo: “Soy Mario, mamá, soy yo”. Mi familia pensó que los podíamos asaltar o que podíamos ser militares, bajaron el vidrio y me escucharon, pararon y bajaron. Yo corrí y estaban todos menos mi mamá.
Los saludé y confirmé que todos estuviesen bien. Me dijeron que habían estado aislados todo este tiempo, sin poder salir del camping por problemas en los caminos. Algunos salieron en camiones que los ayudaron. Yo sabía que si mi madre estaba con Fidel, no pasaría hambre ni sed. Él era un hombre fuerte que la ayudaría a sobrevivir y así fue. Mamá estaba en casa, a cinco minutos de donde estábamos, pues había llegado un poco antes.
Avanzamos los cinco minutos que nos separaban, bajé de la camioneta, corrí a buscarla y la pude ver en medio de la oscuridad. Estaba en silencio, aún en shock, no entendía quién era yo. Me miró, me abrazó y lloró como una niña… ese fue el abrazo más largo y profundo de toda mi vida.
Ya estando en la casa, nos percatamos que no había sufrido mayores daños, intentamos dar aviso a los que habíamos dejado en Santiago, pero era imposible. No había señal de celular ni internet, mucho menos había teléfono fijo. Tampoco había agua ni luz, pero estaban todos vivos y eso era lo que importaba. Mi primo Sebastián, un niño de 8 años, le decía a mi madre cuando lloraba en la oscuridad del camping que él sabía que yo la vendría a buscar y no se había equivocado.
Fidel preparó comida y descorchamos un buen vino cabernet para celebrar el reencuentro. En la cena nos contaron que debieron pasar toda la noche del viernes y el sábado en el camping, ya que no había seguridad en la ruta. Que habían tenido dos opciones para acampar, una de ellas era Dichato -frente a la playa- y la otra era en las cercanías de Santa Juana. Gracias a dios habían decidido por ésta última.
Increíblemente la misma playa que habíamos visitado todos el fin de semana anterior, cuando había viajado a dejar a mi madre para sus vacaciones, esa misma linda playa de Dichato, que estaba repleta de personas y familias felices, había sido completamente arrasada por la fuerza de las olas, al menos tres olas gigantes que no respetaron nada en su camino. Muchos de los lugareños sabían los riesgos de un tsunami luego de un terremoto como el que habíamos vivido, pero había muchos turistas que intentaron salir en sus vehículos y que junto a sus familias fueron víctimas tomadas por el mar.
Mi familia y mi madre lograron salir del camping, algunos en un camión y otros en el automóvil, que era muy bajo y topaba en las grietas del camino. De pronto en el trayecto aparecieron tres hombres jóvenes, de tez blanca y pelo ondulado corto. Ellos estaban con unas varillas en sus manos y les dijeron a mis familiares que no pasaran por ese lado del camino, porque la grieta era profunda y peligrosa. Marisol les preguntó si es que eran sus tres ángeles de la guarda y ellos respondieron que sí. Yo no sé si eran realmente ángeles o personas de buena voluntad, pero sí me dijeron todos los que los vieron que estas mismas personas les avisaron en tres oportunidades los riesgos del camino, sin tener explicación de cómo llegaban antes que mi familia hasta los lugares en peligro, si estas tres personas no estaban en vehículo alguno y nunca los adelantaron porque simplemente no se podía adelantar en el único camino que existía.
Los ángeles siempre habían cuidado a Marisol durante su vida y también habían sido enviados por Heidy Ibáñez, mi cuñada que está en el cielo (esa es otra historia que ya escribiré), a ruego de mi suegra Nelly, la que pidió que reuniera a todos los ángeles y querubines, le pidieran permiso al Señor y me iluminaran para encontrar a mamá.
Di un beso en la frente a mi madre y me fui a dormir. Cerré los ojos, pero desperté muy pronto. Los demás seguían durmiendo, yo escuchaba sirenas de las policías y fuerzas armadas que estaban controlando el toque de queda, no pude volver a dormir.
Al día siguiente fuimos a ver a mi prima Alejandra en San Pedro de la Paz. Sólo sabíamos que estaban bien, pero que el segundo piso que habían construido se había caído. Lo que veríamos en el camino nunca lo hubiese imaginado. No soy quien para juzgar y pido disculpas si lo hago, pero sentí vergüenza de algunos compatriotas, algunos que no respetaron las mínimas reglas de solidaridad y convivencia que debiésemos tener.
Es cierto, en estas circunstancias se manifiesta lo mejor pero también lo peor de los seres humanos. Mientras algunos optaban por ayudar a los demás, sacrificando tiempo y a su familia, como los miles de voluntarios que colaboran para pasar la catástrofe, los bomberos que rescatan, apagan incendios y entregan agua y víveres, y así tantos que nos entregan seguridad y apoyo vital, otros optan por el saqueo y el pillaje, optan por el individualismo, el egoísmo y el vandalismo. Qué diferencia hay entre aquellos que sólo piensan en sí mismos y esa madre que abrazada junto a su hijo menor de edad decía a los medios de comunicación que ella pensaba que era un regalo y si era así, lo recibiría agradecida, pero que al percatarse que era saqueo y robo, prefería no recibir nada y buscar otra forma de ayudar a su familia.
Pasamos por el centro de Concepción y era un verdadero campo de batalla. Circulaban muchos carabineros, policías de Investigaciones y algunos miembros de las fuerzas armadas. Junto a ellos, muchas personas sin ningún pudor efectuaban saqueos a los diversos locales comerciales del sector, las fuerzas de orden y seguridad no podían contenerlos. Sentimos temor, pensamos que podíamos incluso ser atacados y apuramos la marcha.
Continuamos rumbo a San Pedro y pasamos junto al edificio que se había derrumbado. Se fue hacia atrás y Bomberos y rescatistas estaban en el lugar dando toda su alma y cuerpo por rescatar los que estaban atrapados. Había un gran taco para cruzar el Biobío, pues había puentes caídos. Al pasar junto al sector caído del puente, pudimos ver una escena dantesca: al menos cinco vehículos caídos. Seguramente circulaban en ese lugar cuando ocurrió el terremoto. Cayó el puente, cayeron los vehículos, algunos se volcaron y se incendiaron. Las personas probablemente perecieron en el mismo lugar.
Seguimos hacia San Pedro. A nuestro costado izquierdo se apreciaba un centro comercial completamente arrasado, locales e incluso un banco totalmente saqueados y destruidos. Al llegar a la casa de mi prima no se encontraba. Los vecinos nos dijeron que estaba bien en la casa de su suegra.
Por suerte el segundo piso no había caído, seguramente tendría problemas al interior de la construcción¨, pero que debieran ser reparables. En el sector, las personas circulaban agitadas, nerviosas, había casas destruidas y muchos de los vecinos dormían en una plaza en carpas. Se evidenciaba temor en sus rostros y angustia en sus miradas. El regreso fue más lento, todos hacían fila en sus vehículos para llegar a Concepción, quiero pensar que realmente necesitaban llegar a otros lugares, pero me daba la impresión que pensaban unirse a los que habíamos visto en el centro de la ciudad, acaparando para sí desde cajas de dulces y paquetes de pañales hasta lavadoras, refrigeradores y televisores de plasma.
En casa de Marisol recogimos nuestras cosas y salimos todos juntos hacia la comuna de Hualpén. Nos acompañaban Miguel Angel, su marido; Miguelito (fanático de los autos) y Sebastián, sus dos hijos; también Suni y su hijo Francisco (futuro Bambán Zamorano). Llegamos a casa de Marito y Manolo.
Ambos hermanos de Fidel estaban en buenas condiciones, preocupados pero sin mayor novedad, sólo con algunos vidrios rotos y el closet del dormitorio caído. Con Isaías nos percatamos del mercado negro existente en la casa vecina. Un joven de unos 25 años vendía a sus vecinos bolsas de porotos, lentejas y garbanzos. En cinco minutos se pasó la voz y comenzaron a llegar más y más vecinos, y en 10 minutos ya había vendido todo. Ignoro cuanto cobró por sus productos. También fuimos a casa de Suni con su hijo Francisco, la otra hermana de Fidel. Todo estaba bien: algunos daños menores pero sin mayor novedad. Javier, su marido, y Camila -su otra hija- estaban colaborando como bomberos de la comuna.
Cargamos la camioneta con las cosas de mamá y Fidel y nos despedimos. Iniciamos el regreso a casa. Santiago nos esperaba en 12 horas más. Pasamos por carreteras y pueblos destruidos, con tacos interminables y con rutas alternativas a través de Codegua, carretera del cobre. Con GPS logramos eludir un taco de grandes proporciones a la altura de Champa. Llegamos por una cuesta de camino sin pavimentar, arribando a Pirque pasadas las dos de la madrugada.
Al llegar a casa de mi hermana estaban esperando Catalina, mi amor; mi hermana Paola, mi cuñado Julio, mi sobrina Javiera, mi sobrino Edison, mi tía Patricia, mi prima Claudia y mi primo Maximiliano. Todos abrazaban a mi mamá, pues estaban preocupados y querían verla de regreso, al igual que todos mis demás familiares: mi tío Luis y toda su familia -que estaba en Melipilla-, mi tía Ana y mi prima Janina con toda su familia en El Quisco, mi papá, mis amigos Iván, Rosita, Michel, Paulina, mis jefes, mis compañeros de trabajo y todos los que no alcanzo a nombrar pero que están en mi corazón agradecido.
Cuando decidí ir a buscar a mamá, a doña Edith de las Nieves Navarrete Rodríguez, pensé en todo lo que me ha dado y entregado en su vida. Recordé sus besos, cariños y cuidados entregados cuando era un niño, sus preocupaciones cuando mi hermana o yo estábamos enfermos, sus palabras de aliento cuando me caía y me hacía una herida, todas la veces en que secó mis lagrimas con amor y ternura, los inviernos en que me abrigaba y daba una leche caliente, los esfuerzos que hacía para comprarme un regalo o un pantalón cuando lo necesitaba.
Si decidí ir a buscarla es porque en mi corazón no había otra alternativa, tal vez si me hubiese enterado de alguna forma que estaba bien podría haber estado más tranquilo, pero no teníamos ningún tipo de comunicación, no sabíamos dónde estaba ni cómo estaba, si estaba herida o sin lesiones, si estaba con frio o con angustia.
Gracias a Dios que me permitió tener los medios para traerla de regreso a casa, gracias a mi amigo Isaías, que me acompañó y con el cual estaré en deuda por siempre. Gracias a Catalina por amarme y entenderme, gracias a mi familia que cuidó de ella en la Octava Región, gracias a Dios, a los ángeles y a Heidy por acompañarme en la búsqueda y camino, por iluminar el momento preciso en que en medio de la noche, la angustia y la incertidumbre me permitió volver a verla, besarla, abrazarla y decirle cuánto la amo".
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