Sala de Prensa

09/03/2010

Saqueos y caos social

La siguiente columna de opinión, escrita por el asesor jurídico de la Defensoría Regional de Copiapó, fue publicada el pasado sábado 6 de marzo en el diario Chañarcillo.

La catástrofe telúrica sin precedentes sufrida en los últimos días en nuestro país ha desnudado las inmensas falencias que aún tenemos en materia de coordinación estatal frente a desastres, en cuanto a comunicaciones, en la construcción de edificios y obras públicas -entre muchas otras cosas-, pero también ha dejado en evidencia una cuestión que desde hace tiempo ciertas voces aisladas y disonantes vienen advirtiendo, la profunda fractura social que vive nuestro país, a pesar del discurso dominante sobre la prosperidad, la cohesión social y las virtudes del modelo político-económico imperante.

Los saqueos a mansalva de tiendas comerciales, el pillaje de casas y propiedades, los incendios intencionales y la turba incontrolable han llenado de evidente pánico a la gente que habita los lugares siniestrados, aumentando la desolación, ya que luego del desastre natural un terremoto social los asoló.

Para quienes somos abogados y hacemos clases de derecho, los acontecimientos recién vividos en el sur serán materia de un exhaustivo análisis y desde ya nos mueven a reflexión: cómo de pronto, a pocas horas de producida la tragedia natural y cuando millares de personas estaban sufriendo el dolor de la pérdida humana y material, el imperio del derecho desparecía y la barbarie en estado puro se tomaba las calles e imponía su propio (des)orden a punta de palos y amenazas, de violencia y vandalismo.

Cómo la fuerza civilizatoria que se ha venido desarrollando en nuestro país, y que supuestamente lo sitúa en la cúspide de los países latinoamericanos, se esfumaba entre medio del humo de las maderas carbonizadas por los grupos descontrolados. Finalmente hubo que llamar a las fuerzas armadas para que con su presencia coactiva disuadieran de cometer acciones delictuales a las personas que se supone deberían actuar con solidaridad y coordinación en un momento de aflicción colectiva.

¿Cómo se llegó a esto? En estos días he escuchado de todo frente a esta situación que golpeó al país todavía noqueado por la calamidad del sismo. Gente educada y civilizada que exigía muerte para los vándalos, otros que pedían acciones disuasivas determinantes, es decir al menos un muerto para que no les queden ganas de salir a saquear, otros que se llenara de balazos y bayonetas la zona, otros que apelaban a la intrínseca maldad del pueblo, a nuestra falta de cultura irremediable. Algunos incluso en los diarios le echaban la culpa a la Concertación, etc. Puros argumentos represivos, positivistas, minimalistas, reduccionistas.

Cuando vi la turba incontrolada imponiendo el terror en la televisión pensé inmediatamente en el viejo Durkheim y su teoría de la Anomia, desarrollada en la convulsionada Francia de fines del siglo XIX y luego profundizada por Merton y Cohen.

Frente a la ruptura del orden formal por un evento desastroso -como ha sido este sismo inédito-, irrumpen los grupos desplazados por la sociedad neoliberal y ante la imposibilidad de que los mecanismos tradicionales de castigo y control social funcionen (policía, fiscales, jueces, derecho penal), se produce el caos.

Es decir, frente a la ausencia de reglas emerge una energía desviada, larvada desde hace tiempo, que busca satisfacer sus expectativas frustradas, busca formas rebeldes de acceder al éxito económico y social negado por las formas convencionales de acceso al bienestar y arrasa con todo lo que tiene a su mano y claramente lo primero que sucumbe es la propiedad privada, ese valor social que tiene el carácter de bien jurídico pero que sin duda carece de toda la legitimidad o consenso que otros valores o bienes jurídicos gozan.

Por eso no hemos visto hordas de sujetos violando mujeres ni asesinando niños, sino apropiándose de lo que ellos estiman les ha sido negado por un sistema egoísta, selectivo e impuesto.

Es lamentable todo lo que ha ocurrido, qué duda cabe, y el dolor de los habitantes de las zonas asoladas merece toda nuestra solidaridad y por cierto las medidas tendientes a reponer el orden formal son acertadas y necesarias. El porqué ocurrió esto es un tema que pocos se han atrevido a enfrentar y que sólo lo abordan usando las manidas argumentaciones que sindican al otro como un ser bárbaro y oportunista, un aprovechador que requiere represión y castigo.

Esa mirada vuelve a cometer el mismo error original: cerrar los ojos frente a una cuestión social que está ahí latente, siempre a punto de eclosionar en cada día del combatiente, para el once de septiembre, en alguna protesta callejera, etc. Cierra los ojos frente a los defectos estructurales del sistema, a la inequidades y a las desigualdades de los que se quedaron marginados, afuera de nuestro país.

Este sismo 8.8, fue un terremoto que sacudió la enorme fractura social que afecta a Chile y será sin duda motivo de análisis cuando las urgencias sean superadas.

Raúl Palma, asesor jurídico Defensoría Regional de Copiapó.

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