15/04/2010
El valor de una disculpa
La siguiente columna de opinión fue escrita por Jorge Araneda, defensor penal público de Pichilemu, y publicada el pasado viernes en el diario El Rancagüino.
Cuando se piensa en la labor de un defensor penal público, necesariamente se cae en el concepto de un trabajo técnico y esencialmente exento de emociones. Pero ese concepto está muy lejano a la realidad.
En efecto, todos y cada uno de los profesionales que ejercemos esta noble función estamos expuestos diariamente a lidiar con conflictos que tienen un componente emocional muy fuerte y que muchas veces nos hacen sentir y vivir sensaciones que trascienden a un simple alegato en un tribunal de justicia.
Reflexiono sobre este aspecto, ya que hace unos días fui testigo de una de aquellas audiencias que nos hacen sentir como un elemento fundamental en el funcionamiento de la justicia penal.
Hace algunos meses tuve que asistir al control de detención de un joven estudiante universitario de Santiago que había sido protagonista de un lamentable accidente de tránsito en el camino que une las comunas de Litueche y Pichilemu. Se trataba de un grupo de estudiantes y amigos que por motivos de vacaciones se trasladaban a la ciudad balneario y por razones de desconocimiento de la ruta -unidas a la inexperiencia del piloto- se volcaron, produciéndose el fallecimiento del copiloto y las lesiones de los demás pasajeros.
La investigación duró varios meses y fue muy prolija. En efecto, al arribar a la sala de audiencia llegó la madre del occiso junto al imputado y los demás compañeros, todos juntos, en una actitud de profundo recogimiento y reflexión.
Al enfrentar la audiencia la madre señaló al tribunal y a los demás intervinientes que ella no deseaba una sanción para el imputado y que claramente su hijo tampoco hubiese querido que ello sucediera. Dijo que todos ellos eran amigos y que el éxito en los estudios del imputado la llenaba de satisfacción y tranquilidad. Los demás afectados con el accidente también señalaron similares intenciones para con el imputado.
Así fue como se logró una salida alternativa, de aquellas que nuestro Código Procesal Penal permite, esto es un acuerdo reparatorio. Se trata esencialmente de un acuerdo entre víctima e imputado, bajo los parámetros que ellos mismos fijan y sujeto a la aprobación del tribunal. En el caso concreto, el imputado le pidió perdón a la madre de su amigo y compañero fallecido y a los demás compañeros lesionados.
Este perdón puso fin al proceso penal y sin duda- fue la forma como un conjunto de personas adultas lograron solucionar un conflicto penal sin castigo para el infractor, pero dentro del marco de lo que la ley permite. Sin duda un gran avance para una sociedad moderna, en la cual la aplicación de sanciones penales debe ser racional, prudente y de ultima ratio.
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