Sala de Prensa

04/07/2011

Un portal para la muerte o una nueva vida

La siguiente columna de opinión, escrita por el Defensor Regional de O'Higgins, fue publicada el pasado sábado 2 de julio en el diario El Rancagüino.

Que la cárcel sea una trampa mortal para los condenados es un postulado tan viejo como la historia misma de la institución. Cuenta en su trabajo histórico don Luis Obreque Vivanco, que luego de instaurada la república, el ministro Portales, preocupado por la delincuencia y los ribetes que ésta alcanzaba en los pueblos y caminos, decidió crear los “presidios ambulantes”, carretas tiradas por bueyes que llevaban montadas jaulas de fierro en que se encerraba a los reos durante la noche y los festivos, debiendo éstos trabajar en los días hábiles.

Los condenados recibían un trato despiadado consentido por Portales. En 1838, en la ciudad de Valparaíso, los prisioneros que se encontraban fuera de las jaulas, cansados de los abusos de la autoridad, atacaron con piedras a sus custodios, quienes reaccionaron violentamente, dando muerte a 27 insurrectos e hiriendo a 8. Este acto propició la construcción de la penitenciaria de Santiago en 1843 (1).

Un viejo amigo debió cumplir una condena efectiva de tres años por su delito. Durante todo ese tiempo lo visité con cierta regularidad. Este sujeto -por cierto culto y que siempre tuvo una visión optimista de la vida- me señaló que para sobrevivir en la cárcel uno debe morir, enterrarse como la cigarra y dejar que todo pase sin ver, pensar, ni involucrarse.

La razón es muy sencilla, no hay nada rescatable en la vida que se lleva dentro de un penal, donde los programas de educación y deportes son un lujo al que acceden muy pocos.

Las experiencias positivas son pocas, pero existen. Las negativas abruman. A veces -señalaba mi amigo- una simple conversación, un presente pequeño, un gesto que no tiene valor monetario hace que un interno sienta un apoyo y visualice un camino distinto que el letargo mental o la rabia.

Un balón de futbol, una tarde deportiva, un pequeño espectáculo teatral o musical les devuelve no sólo por ese instante, sino por largo tiempo, el sentido de creer que se es una persona.

En Rancagua y desde el año 2006, la Defensoria ha venido interviniendo en un área que no le es propia por mandato legal -el de la atención rehabilitadora- y como no cuenta con recursos propios, ha echado mano a otros actores públicos y privados en ese afán de relevar la “solidaridad” no como una llave mágica a la rehabilitación -que es un proceso mucho más complejo que dictar un curso o entregar herramientas a un condenado-, sino para aplanar ese camino que va desde estar muerto a soñar y esperanzarse en una oportunidad de cambiar de vida.

Como servicio, en el año 2010 logramos en conjunto con Gendarmería acceder a recursos regionales cercanos a 100 millones de pesos en programas de capacitación en oficios, deportivos y culturales.

En síntesis, de la experiencia vivida surgen tres pequeñas conclusiones que hemos ganado en estos largos años de participar en el campo de la rehabilitación:

a) El dinero que escasea en la Ley de Presupuestos está en las regiones. Basta tener diseños serios, profesionales y ambiciosos, y se pueden obtener todos los recursos que uno necesite en esta materia, especialmente del Fondo Nacional de Desarrollo Regional (FNDR).   b) La solidaridad del Estado y la sociedad para el que cumple una condena es esencial, no sólo para anular los nefastos mensajes de odio que abundan en los medios, sino para desenterrar al condenado que quiere de verdad una oportunidad y, por cierto,

c) La creación de un servicio diverso de Gendarmería para asumir la ardua y compleja misión de la rehabilitación en las cárceles es tan real y urgente como el sentido mismo del combate a la delincuencia. (1): Obreque Vivanco Luis, “Los Servicios Penitenciarios en Chile, Una Mirada a su Historia”; Edición de Unidad de Comunicaciones, Gendarmería de Chile, Febrero de 2010, Santiago. Pág. 10 y siguientes.  

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