Sala de Prensa

14/05/2012

Columna de opinión:

¿Cuándo hubo más delincuencia?

El siguiente artículo, escrito por el Defensor Regional de O´Higgins fue publicado el pasado jueves 10 en el diario El Rancagüino.

Que el problema del delito sea la preocupación indiscutida de la ciudadanía es un hecho evidente. La demanda de paz y tranquilidad social es, por cierto, un reclamo legítimo e incuestionable hacia el Estado, como detentador del poder y la fuerza soberana.

Todo aquello es cierto y las quejas -especialmente de las víctimas de delitos violentos y de sangre- deben ser oídas con sumo respeto, aun cuando se culpa al Estado y a sus servicios, personificados en el Gobierno, de inoperancia y de irresponsabilidad en la materia.  

Ese dolor debe respetarse y encausarse, pero al resto de los mortales que no cargamos con un trauma ni un duelo, ¿les es permisible hablar desde el rol de la tragedia y exponer lo primero que se nos devuelva de los intestinos? Obviamente que no. A la opinión pública se nos debe exigir analizar el antiguo fenómeno del delito con perspectiva de racionalidad.

Es un fastidio para el alma escuchar la monserga que se vocifera sin mucho tino y con frases prefabricadas cuando se buscan respuestas al fenómeno de la delincuencia en su origen, su verdadera dimensión o la estrategia para hacerle frente.      

La historia es una buena herramienta para opinar con base, pues como decía Unamuno, algunos tipos de ignorancia se curan leyendo y el pasado es una fuente preciosa de datos para entender quiénes somos y por qué acontece hoy la realidad que nos ocupa. No mirar para atrás es, sencillamente, no tener idea hacia dónde vamos.

La columna “Recordando” de don Héctor González, que está en el pie de página del diario, es un buen ejemplo de lo necesario e ilustrador que puede resultar conocer el pasado y saber cómo y quiénes fuimos los habitantes de esta región. Pues bien, para quien manifieste el discurso de que ‘hoy la delincuencia campea y angustia a la población como nunca antes’, debiera detenerse a leer o escuchar un poco.

La delincuencia -como dicen nuestros abuelos- era mucho peor, terrible y sangrienta no hasta hace muchos lustros. “Si la gente era muy mala” es su frase y nos pueden contar historias de cuantos cadáveres de sujetos caídos en las reyertas a cuchillo quedaron bajo el pavimento de la carretera panamericana o bajo las obras que en el mineral El Teniente se contrataron para construir el ferrocarril, los acueductos y los canales de relave, pues “un gallo muerto era uno menos con quien compartir la paga”.

Y así las cuadrillas mermaron a costa de las vidas de los débiles y descuidados. Esas crueles historias, las mismas que Oscar Castro plasmó en sus geniales obras, no fueron pura imaginación. La brutalidad era el pan de cada día en un país y una provincia pobre, analfabeta y violenta.

Carmen Mc Evoy, eminencia en la historiografía peruana, en su libro “Guerreros civilizadores -política, sociedad y cultura en Chile durante la Guerra del Pacifico”, nos entrega una visión del estado de la situación en la década de 1870, donde la opinión de las autoridades de turno era que los bandidos estaban ganándole la partida a una fuerza policial no solamente desorganizada, sino que además carente de recursos.

En una nota enviada por el gobernador de Caupolicán, Francisco Pedregal, al ministro de Guerra, éste comentaba sobre la situación de gran alarma que existía en las subdelegaciones rurales de Panquehue, Malloa, Olivar y Coínco.

“Ahí sus habitantes no contaban ni con la seguridad de sus vidas ni de sus propiedades. En Colchagua la impunidad era un lugar común debido a que el personal de policía además de ser reducido en número, carecía de armas para combatir a los delincuentes. Era por ello que su intendente, Manuel Soffia, le recordaba al ministro de turno que disponer de armamento adecuado era fundamental para resguardar la seguridad pública de su provincia.

“Sin armas de ningún genero” era imposible capturar y vigilar a los bandidos que, de acuerdo con el gobernador de Rancagua, infestaban al departamento y sus 34 subdelegaciones. Éstas rara vez contaban con cárceles y menos aún con armamento ni con el dinero para adquirirlo”.

En fin, no es tan cierto aquello de que todo pasado fue mejor.  

Por Alberto Ortega Jirón,
Defensor Regional de O´Higgins.

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