Sala de Prensa

14/10/2016

El viaje al fin del mundo del defensor público Pablo Santander y de su acompañante privilegiado

El “kajef”, la canoa kawesqar

La siguiente es una crónica personal, que relata un encuentro maravilloso con la cultura de ese pueblo originario.

Por Héctor Martínez Díaz,
Periodista Defensoría Regional de Magallanes y Antártica Chilena.

Amanece lloviendo y el defensor penal público Pablo Santander duda si hacer o no el viaje. Pero el periodista Juan Carlos Tonko Paterito y su pareja Carolina Huenucoy,  presidenta de la comunidad kawesqar,ya alistan  su embarcación para trasladarlo, tal cual habíamos acordado con ellos a nuestra llegada a Puerto Edén, el día anterior.

Integramos la comitiva de servicios públicos y del poder judicial que participará en la primera plaza de justicia realizada en Puerto Edén. En el ferry Crux Australis, habíamos zarpado desde Puerto Natales a las 5 horas del jueves 6 de octubre y llegamos a Puerto Edén a eso de las 10 de la mañana del viernes 7.

Puerto Edén se ubica en la Isla Wellington, en la provincia de Última Esperanza, límite norte de la Región de Magallanes. Su población actual bordea las 114 personas. Administrativamente pertenece a la comuna de Puerto Natales, posee una capitanía de puerto, un retén de Carabineros, una escuela y una posta.

Su principal fuente económica de sustento es la pesca y la extracción de mariscos, en especial cholgas que se venden ahumadas y secas. Se trata de labores que se han visto dificultadas por la marea roja, fenómeno que ha vuelto difícil la vida de los residentes, lo que se alivia un poco durante el período en que se levanta la veda de la extracción de centolla.

Si bien los edeninos saben que la vida en su isla es ruda, también saben que hay que tener coraje y fuerza para sobrellevarla día a día. Quieren a su isla y aun cuando suelen dejarla por un tiempo en busca de mejores horizontes, siempre acaban retornando a ella a pesar de todas las dificultades. Lo anterior es comprensible. Después de todo, éste es su lugar en el mundo.

En Puerto Edén, llamado Yetarkte por los Kawesqar, la luz eléctrica se da a las 8 de la mañana y se corta a las 23 horas. No hay calles para el tránsito de vehículos y las veredas son pasarelas, escalinatas y escaleras de madera, varias de ellas resbalosas y deterioradas por el paso del tiempo y la excesiva humedad del lugar.

La localidad ha sido por siglos el sector geográfico donde se ubica este pueblo indígena de cazadores y recolectores nómades,  hoy dedicados también a la pesca de subsistencia y a la artesanía. Sin embargo, siguen manteniendo algunas de sus costumbres ancestrales, como desplazarse continuamente por los canales australes, o cazar la cuota autorizada de lobo marino de dos pelos, del que extraen su carne, piel y huesos.

UN VIAJE PERSONAL
En mi caso el viaje es doblemente extraordinario. No sólo por navegar  en barco y apreciar la belleza de los fiordos y canales australes, sino también porque recordaré a mi difunta madre, quien falleció los primeros días de octubre de 2012. Cuatro años después, ahora conoceré el lugar donde ella, solitaria como era, trabajó al mismo tiempo en que yo, ya viejo, estudiaba periodismo en la Universidad de La Frontera (Ufro).

Es que la Zita, como se llamaba mi madre, si bien era muy  conservadora -tanto que militaba en la DC- tenía su resto de locura y cuando supo que había un trabajo por dos años en la escuela de Edén, no dudó en ofrecerse, pese a que con sus 68 años a cuestas ya estaba jubilada, y la apuesta la resultó. Cosas de mi vieja, con quien peléabamos harto, pero que he aprendido a admirárselas ya estando muerta, para desgracia mía.

Entonces trato de convencer a Santander sobre el viaje y no sé por qué se me ocurre mencionarle la película "Zorba, el griego", en particular la escena en que en una isla griega tratan de bajar unos troncos con una tirolesa desde la montaña.

En eso estoy cuando me llama el suboficial Araya, jefe del Retén de Carabineros de Puerto Edén, preguntándome si ya estamos listos, porque una lancha con dos funcionarios nos pasará buscar. Le aviso al seremi de Justicia y Derechos Humanos, Pablo Bussenius. Le reitero la escena de Zorba y le expreso que a su legalista formalismo le hace falta un poco de locura, además que armamos juntos todo el cuento y se vería muy feo que ahora nos achaplináramos.

Les recalco que no podemos desperdiciar la oportunidad de llegar a un lugar al que muy pocas personas han accedido. Parece que soy convincente, porque no sólo irán ambos Pablos, sino que también Arturo Aranda, abogado de la dirección regional del Registro Civil de Punta Arenas. Lamentablemente, por cuestión de espacio el periodista Roberto Hofer, de la Seremi de Justicia, deberá quedarse en tierra.

Los primeros en surcar las olas en "La Panga" son Pablo Santander, Juan Carlos y Carolina. Bussenius, Aranda y yo esperamos la "Hermes", capitaneada por Lalo Tecay. A bordo vienen el sargento Francisco Leal y el cabo Christian Contreras, ambos de Carabineros. Nuestro destino es Bahía Simpson, donde visitaremos a los Kawesqar para que el defensor público les explique cómo funciona la defensa penal indígena

CULTURA VIVA
El viaje desde Edén a Bahía Simpson nos lleva casi una hora y cuarto, tiempo que vuela mientras apreciamos la majestuosidad del paisaje natural. A nuestra arribo nos espera Juan Carlos, quien nos invita a ingresar al At (casa kawesqar), donde su legendaria madre, Gabriela Paterito, una de las últimas hablantes kawesqar, nos espera sonriente junto a Raúl Edén.

Luego de disfrutar del calor del fogón, Juan Carlos nos pide que acompañemos a Raúl Edén a otro sector de la bahía a recoger algo, para lo cual debemos trasladarnos en botes.

Luego de la brevísima travesía llegamos a una orilla e iniciamos una caminata subiendo por un tupido bosque de coigües y leñaduras. El suelo está cubierto de troncos y ramas. Aunque se ve sólido y espeso por el musgo y los líquenes nos engaña, porque solemos pisar en falso y tanto pies como piernas pasan de largo con el riesgo cierto de una fractura.

Tras una trabajosa caminata de cuarenta metros, Raúl Edén se detiene y contemplamos maravillados dos Kajef (canoas kawesqar) acabadas de construir con sus propias manos, hechas de dos troncos de coigües caídos.

Un orgulloso Juan Carlos Tonko nos explica después, con toda razón, que somos privilegiados porque estamos en presencia de la cultura viva, pero lo mejor viene después, porque hay que bajar del bosque una canoa para llevarla hasta Puerto Edén.

Aun cuando todos pensamos que parece imposible, nadie dice nada y luego de atarla con unos cabos, iniciamos la mancomunada faena de arrastrarla por el suelo del bosque, cortando aquellos troncos caídos que frenan su paso.

FITZCARRALDO
El espectáculo es tan formidable, que sería la envidia de Fitzcarraldo. Entonces pienso si acaso fue una sincronía haber amanecido está mañana pensando en Zorba, el griego. Luego de una hora de esfuerzo, la canoa logra llegar a la orilla y es lanzada al mar flotando amarrada a un bote.

Hay que pasar a buscar a Carolina, a la abuela Gabriela y retornar a Puerto Edén. La abuela sonríe al vernos llegar con la canoa, con ese mismo gesto sincero que heredó su hijo.

Tal vez esa alegría franca, que les fluye naturalmente, se explique porque los Kawesqar no tienen dioses y, a diferencia de lo que pensaba Voltaire, no sienten tampoco la necesidad de inventárselos. Ya que si en algo creen, como enfatiza Juan Carlos Tonko, es en el hombre. Termino mi travesía pensando que en Yetarkte, Protágoras estaría feliz.

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