Sala de Prensa

15/05/2017

La Defensoría Penal Pública llegó hasta uno de los santuarios y poblados más tradicionales del extremo norte de Chile

Difunden derechos en idioma aymara en las tierras de San Lorenzo de Tarapacá

La localidad alberga habitualmente a menos de cien habitantes, pero en la fiesta de su santo patrono congrega a unos 50 mil peregrinos.

Por Héctor Mérida C.,
Defensoría Regional de Tarapacá.

Aunque el pueblo de Tarapacá llega a casi un centenar de habitantes, lo común es que en estas calles empolvadas no transiten más que uno o dos de ellos, al paso cansino de las localidades de la pampa y precordillera de la Región de Tarapacá.

Esto en un día cualquiera, porque el 10 de agosto, día de San Lorenzo, el patrono y santo de los mineros y agricultores, la muchedumbre sobrepasa habitualmente las 50 mil personas, que acuden como integrantes de alguno de los 30 bailes religiosos, como simples peregrinos o turistas curiosos que acampan a campo traviesa o en los caserones que el resto del año están abandonados.

La comitiva de la Defensoría sólo encontró una decena de personas en el recorrido por las envejecidas calles del pueblo, que conoció en la Colonia sus mejores tiempos, pues era un sitio de permanencia para prominentes familias. Posteriormente fue también cuna de un Presidente de la República del Perú (Ramón Castilla y Marquesado, 1797-1867).

Actualmente en este lugar la mayoría es de origen aymara, aunque algunos, como doña Mira Contreras, provienen del sur de Chile y se han enamorado de la quietud de esta localidad, ubicada a poco más de 100 kilómetros al oriente de Iquique, al comienzo de la Quebrada de Tarapacá.

UNA SONRISA
Pero quien reina en este sitio a la hora de nuestro recorrido de difusión institucional es doña Gilberta Mamani Mamani, quien de niña llegó al lugar y no se movió más, porque encontró un buen sitio para desarrollar su comercio de confites y recuerdos típicos, que vende y exhibe modestamente frente a la Iglesia de San Lorenzo, cuya imponente nave y campanario dominan en la plaza del pueblo.

“Trabajo no más, no me aburro, y hasta ahora he cumplido, pues mi hijo a está estudiando una carrera de técnico”, cuenta Gilberta a nuestra facilitadora intercultural, Andrea Mamani, mientras curiosea los folletos sobre defensa penal indígena. Interroga sobre su contenido y al ver que está traducido al aymara hace algunas correcciones y aprueba que la Defensoría se preocupe de usar textos en idioma indígena.

Ante la cámara fotográfica, la mujer muestra una inquietud que se disipa cuando se le pide autorización para tomarle fotos. Acepta con la condición de que en algunas aparezca con otra prenda, que va a buscar a su casa, situada a la vuelta. Recién entonces sonríe a todo dar. El atuendo es un sombrero nuevo, de paja, con una elegante cinta roja que hace juego con sus aros de oro. Y también con su sonrisa.

Después de terminar la charla con ella el equipo de la DPP encuentra a varios de los pocos pobladores de los días habituales, quienes también reciben folletos informativos y una explicación de los derechos que tienen ante el sistema de justicia penal.

Al final del viaje, lo que queda como memoria del pueblo es esa gan sonrisa de Gilberta, enmarcada por un sombrero de paja y el oro de sus aretes.

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