Sala de Prensa

18/05/2017

Equipo institucional hizo un recorrido por el pueblo de Pachica

Defensoría difunde derechos penales en lo profundo de la Quebrada de Tarapacá:

La localidad tiene 140 habitantes diseminados a lo largo de su geografía y dedicados a la agricultura del desierto.

Por Héctor Mérida C.,
Defensoría Regional de Tarapacá.

Como en muchas localidades precordilleranas y altiplánicas del norte de Chile, la escuela del pueblo de Pachica es el sitio preponderante después de la típica iglesia, pero allí parece que las aulas son la principal edificación y uno de los ejes de la vida comunitaria.

Así lo indica la construcción de ladrillo y metal, pintada de riguroso verde claro, que reúne a 35 de los 140 habitantes de esta localidad: son los 27 estudiantes más sus profesores y otros funcionarios que los atienden.

En este lugar la Defensoría Regional de Tarapacá inició su jornada de difusión sobre los derechos de las personas ante el sistema penal y respecto de la defensa penal especializada indígena, considerando que los profesores son importantes agentes de divulgación.

“Aquí atendemos a los niños y conversamos con sus padres”, ratifica Edwin Cáceres, un educador de origen aymara que trabaja como inspector del establecimiento, uno de los más importantes de esta quebrada, en donde él mismo nació, según le cuenta a nuestra facilitadora intercultural, Andrea Mamani.

Una “quebrada” en el norte es la hondonada que formaron antiguos ríos y que siempre alberga a pequeños pueblos ubicados en series desde el origen, casi en la misma cordillera, hasta las parcelas cercanas al mar. Y estas tierras producen pastos, choclos y hortalizas diversas, como las que cuida el dirigente local de la Comunidad de Aguas, Elías Castro, a quien encontramos cuando vuelve de sus sembrados. “Aquí ha aumentado mucho el cultivo de la zanahoria”, detalla al explicar su quehacer diario.

Coincide con él Andrea Oyarzún, profesora con raíces en el sur del país, pero que se avecindó en la zona de la pampa para después llegar como encargada de la escuela del pueblo, donde también hay sembrados de cebolla, espinacas y cebollines. “Instruimos a los niños, pero eso también nos lleva a conversar con sus padres sobre sus derechos, aparte de los temas escolares”, explica la educadora.

La charla con cada una de las decenas de personas que encontramos en sus calles se hace larga en ocasiones, lo que no parecía posible al entrar a este conjunto de viviendas de un piso, rodeadas de cerros desnudos, con un sol que deslumbra y en medio de un profundo silencio.

  • subir
  • imprimir
  • volver