Sala de Prensa

18/10/2013

Columna de opinión:

La cárcel: lugar para la muerte o una nueva vida

El siguiente artículo, escrito por el Defensor Regional de O'Higgins, Alberto Ortega Jirón, fue publicada el 18 de octubre en el diario El Libertador.

Alberto Ortega Jirón, Defensor de O'Higgins

Alberto Ortega Jirón, Defensor de O'Higgins

Que la cárcel sea una trampa mortal para los condenados es un postulado tan viejo como la historia misma de la institución. En su trabajo histórico, cuenta Luis Obreque Vivanco que luego de instaurada la república, el ministro Portales -preocupado por la delincuencia y los ribetes que ésta alcanzaba en los pueblos y caminos- decidió crear los presidios ambulantes, carretas tiradas por bueyes que llevaban montadas jaulas de fierro, en las que se encerraba a los reos durante la noche y los festivos, debiendo éstos trabajar en los días hábiles.

Los condenados recibían un trato despiadado, consentido por Portales. En la ciudad de Valparaíso, en 1838, los prisioneros que se encontraban fuera de las jaulas, ya cansados de los abusos de la autoridad, atacaron con piedras a sus custodios, quienes reaccionaron violentamente, dando muerte a 27 insurrectos e hiriendo a ocho. Este acto propició la construcción de la Penitenciaria en Santiago (1843).

Un viejo amigo debió cumplir una condena efectiva de tres años por su delito. Durante todo ese tiempo le visité con cierta regularidad. Este sujeto -culto, por cierto, y con una visión optimista de la vida- me señaló que para sobrevivir en la cárcel uno debe morir, enterrarse como la cigarra y dejar que todo pase sin ver, pensar, ni involucrarse.

La razón es muy sencilla: no hay nada rescatable en la vida que se lleva dentro de un penal, donde los programas de educación y deportes son un lujo al que acceden muy pocos.

Las experiencias positivas son pocas, pero existen. Las negativas abruman. A veces, me señalaba mi amigo, una simple conversación, un presente pequeño, un gesto que no tiene valor monetario hacen que un interno sienta un apoyo y visualice un camino distinto que el letargo mental o la rabia.

Un balón de fútbol, una tarde deportiva, un pequeño espectáculo teatral o musical les devuelven no sólo por ese instante, sino por largo tiempo el sentido de creer que se es una persona.

En Rancagua, desde 2006 la Defensoria ha venido interviniendo en un área que no le es propia por mandato legal -el de la atención rehabilitadora- y como no cuenta con recursos propios, ha echado mano a otros actores públicos y privados, en ese afán de relevar la “solidaridad” no como una llave mágica a la rehabilitación -que es un proceso mucho más complejo que dictar un curso o entregar herramientas a un condenado-, sino para aplanar ese camino que va desde estar muerto a soñar y esperanzarse en una oportunidad para cambiar de vida.

Como servicio, en 2012 logramos -en conjunto con Gendarmería- acceder a recursos regionales cercanos a 50 millones de pesos en programas deportivos, culturales y de capacitación en oficios.

En síntesis, de las experiencias vividas surgen tres pequeñas conclusiones que hemos ganado en estos largos años de participar en el campo de la rehabilitación:

a) El dinero que escasea en la Ley de Presupuesto está en las regiones. Basta tener diseños serios, profesionales y ambiciosos para obtener todos los recursos que uno necesite en esta materia, especialmente del Fondo Nacional de Desarrollo Regional (FNDR).

b) La solidaridad del Estado y la sociedad para el que cumple una condena es esencial, no sólo para anular los nefastos mensajes de odio que abundan en los medios, sino para desenterrar al condenado que quiere de verdad una oportunidad. Y, por cierto,

c) La creación de un servicio diverso de Gendarmería para asumir la ardua y compleja misión de la rehabilitación en las cárceles es tan real y urgente como el sentido mismo del combate a la delincuencia.

Por Alberto Ortega Jirón,
Defensor Regional de O'Higgins.             

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