Sala de Prensa

25/04/2014

Doce pequeñas historias sobre rescate de bebés y adultos desconocidos, confraternidad y cumplimiento del deber ante todo

Defensa, solidaridad y emociones despertadas en los terremotos de abril en Iquique

Los abogados y demás funcionarios de la Defensoría Regional de Tarapacá vivieron con especial intensidad la experiencia de soportar dos terremotos en días sucesivos. Aquí aparecen algunas facetas descubiertas en ellos -y en otros iquiqueños- frente a la catástrofe.

Por Héctor Mérida C.,
Defensoría Regional de Tarapacá.

Aparte de remecer los cerros y amenazar con una gran salida del mar, los dos terremotos vividos en abril en el norte del país desataron otras fuerzas en la existencia de los funcionarios de la Defensoría Regional de Tarapacá en Iquique, en sus familiares y en otras personas cercanas a ellos. Estos párrafos hablan sobre esa experiencia, acompañados por imágenes puestas en la galería fotográfica adjunta.

LA CONSERJE
Gloria P. tiene 3 hijos pequeños, junto a quienes vive en uno de los edificios pegados al mar en el sector de El Morro. El primer terremoto la sorprendió cuando cumplía su turno como conserje en el Edificio Costanera, con muchos pacientes de las consultas médicas que huían y con su linterna como la única luz para guiar la salida del edificio de 12 pisos.

Ella también pensaba en sus retoños y en su propio miedo, pero aguantó firme hasta que nadie más bajó a la salida y luego corrió hasta la zona de seguridad dejando abiertas las grandes puertas de la comunidad. Tras encontrarse con su familia, la mujer no podía olvidar que los accesos al edificio habían quedado sin cerrar y que podía ser objeto de saqueos.

Así, venciendo nuevamente su temor, caminó en la oscuridad junto a su esposo -Pablo A.- hasta esa zona frente al mar, cerró las grandes mamparas y recién respiró tranquila abrazando a sus niños, con la satisfacción del deber bien cumplido. En el Edificio Costanera funcionan las oficinas de la Defensoría Regional de Tarapacá.

EL WHATTSAPP
Tras el sismo del domingo 16 de marzo, en que las autoridades ordenaron la evacuación preventiva de la zona costera, los funcionarios de la Defensoría Penal Pública de Iquique revisaron sus normas de seguridad y pensaron que la angustia de no saber oportunamente sobre sus compañeros y sus familias tras una emergencia era algo que debía solucionarse.

Acudieron a las nuevas tecnologías digitales y armaron un grupo de WhatsApp el 24 de marzo, aunque recién el lunes 1° de abril en la mañana se agregó la mayoría. Así, a las 21:13 horas del mismo día, sólo minutos después del  terremoto de esa noche, todos comenzaron a reportarse sin novedad y el alivio recompensó esa medida previsora. El primer mensaje tras la catástrofes llegó desde Santiago, firmado por Andrés:”Por favor cuenten cómo están?¡?¡?"

EL VOCEADOR
Como muchos iquiqueños cumplían sus actividades habituales no necesariamente en familia, la noche del primer gran sismo un segundo gran problema fue ubicar a los seres queridos en medio de la gran oscuridad reinante en las zonas de seguridad.

En varios lugares -como en la avenida Salvador Allende- la gente gritaba a todo pulmón los nombres de sus hijos, esposos, padres o hermanos, en un esfuerzo algo infructuoso entre la gran multitud congregada en penumbras en ese punto.

Pero frente al Cementerio 3 había algo más potente: un funcionario de seguridad de un hotel costero, vestido de terno y corbata, que al movilizarse hacia lo alto llevó un megáfono, lograba vocear con impecable modulación los nombres de quienes eran buscados en la emergencia. Y así, por horas y gracias al ingenio de Pablo Pérez,  muchos iquiqueños fueron encontrando a sus familias, entre ellas una de funcionarios de la Defensoría.

LOS DEFENSORES
Cuando toda la ciudad aún no se recuperaba de una noche terrible, en los accesos de los edificios de los tribunales penales se reunieron, desde las 8:30 horas en punto, los defensores públicos que debían tomar audiencias programadas para ese día, entre ellos los del 'caso muebles'.

Más tarde se les avisó que todas se suspendían hasta nuevo aviso, salvo los controles de detención, momento en que recién comenzaron a abandonar el lugar, mientras aún ardían incendios y a pocos metros permanecía el agua de mar que inundó el terminal rodoviario cercano.

En la foto los defensores penales públicos Javiera, Sergio y Alejandra. Los otros no aparecen en la foto, pero permanecían atentos en las oficinas o ya visitaban los recintos penitenciarios de la zona, incluyendo la cárcel de mujeres, desde donde la noche anterior se había liberado a más de 300 internas, para permitirles que huyeran por su vida.

LA ENTREGADA
María C. estaba en su celda del penal de mujeres al momento del primer terremoto y, siguiendo las instrucciones de seguridad recibidas, acudió prontamente a la salida que el penal tiene en calle Barros Arana y caminó juntos a centenares de reclusas hacia la zona de seguridad para maremoto.

En el camino se torció el pie, pero siguió con confianza, porque una semana antes había llegado su esposo desde Santiago, para acompañarla por si había una emergencia grave. Él la encontró más tarde en medio de la oscuridad, tras lo cual se quedaron unas horas al lado del Regimiento de Caballería y luego en la residencial que él ocupaba. 

A las 2 de la tarde con 54 minutos del miércoles 2, apenas 18 horas  después del gran sismo, ambos llegaron a la misma puerta que la vio salir para salvar su vida, donde se entregó a los gendarmes que acompañaban a un señor de terno y corbata.

Era el ministro de Justicia, José Antonio Gómez, quien la abrazó con fuerza y la felicitó por eligir libremente someterse a la justicia. María C. es usuaria de la Defensoría Penal Pública.

LA ESPERANZADA
Ella mira la cámara con fastidio y dice: “Para qué quiere más, todo el mundo ha venido a sacar fotos de mi tragedia”. No quiere decir su nombre, pero cuenta que era la dueña de una de las dos casas de madera que se incendiaron la noche del martes 1° de abril en la calle Gorostiaga número 125, junto a un bar también calcinado (todos ubicados a tres cuadras de las oficinas de la Defensoría de Iquique.)

La mujer afirma que perdió todo, que el fuego lo provocó la cocina del bar del lado, que no apagó su dueño antes de huir. Su rabia parece ser más fuerte que la sensación de pérdida, pero se le pasa pronto y luego cuenta que esa mañana rebusca entre las cenizas las joyas (aros de oro, anillos, collares) que poseía y que -quizás- sean lo único que puedan ayudarle en su trance, si las encuentra entre los carbones de lo que fue su hogar.

LOS VOLUNTARIOS
Abel y Andrés estaban en cometido funcionario en Santiago cuando ocurrieron los grandes sismos del 1 y 2 de abril. A pesar de que sus familias viven en la capital, ambos profesionales decidieron retornar de inmediato a Iquique, para apoyar la tarea de habilitar las oficinas de la Defensoría Penal Pública, lo que recién pudo lograrse el sábado 5.

Mientras tanto, se unieron a otros compañeros de trabajo y partieron a Alto Hospicio para ayudar en la distribución de ayuda que organizó el gobierno desde esos días. En la foto aparecen junto a Andrea y el Defensor Regional, Marco Montero, subiendo a colaborar con los damnificados de la ciudad aledaña a Iquique.

EL 'CANILLITA’
Cuando apenas salía el sol y todos buscaban -llenos de pesadumbre- saber más de los resultados de la emergencia a la vuelta de las noches de terremoto, una figura se movía con agilidad entre los que buscaron refugio en la rotonda El Pampino. Era Juan Pablo M., quien con una gran sonrisa voceaba los titulares de los diarios locales  y llamaba a tener optimismo. No importaban tanto las noticias impresas como las buenas nuevas que transmitía al vender los ejemplares sonriendo, entre el frío y la incertidumbre.

BAILARINAS Y ESTUDIANTES
Las integrantes del grupo de bailes árabes Almadanza sobrevivieron sin mayores problemas a la emergencia en sus hogares, mientras que integrantes de un colectivo estudiantil sobrellevaron todo en el Hogar Universitario o en sus modestas casas.

No perdieron nada, así que decidieron dar lo mejor que tenían, y en los días posteriores a los terremotos llegaron a todas las instituciones que atienden a menores en riesgo social (asociados a programas de Sename), llevando danzas orientales o juegos y confites, para que los niños carentes de un ambiente familiar formal se olvidaran por unas horas de sismos, tsunamis y miedos.

Aunque las bailarinas aceptaron mostrar una foto de su experiencia, los universitarios prefirieron no hacerlo. En ambos grupos participa la esposa de un funcionario de la Defensoría.

LOS RESCATADORES
David y César son dos defensores penales públicos que se ven habitualmente, tanto en la oficina como en tribunales, pero también en el departamento del primero de ellos, ya que César llegó hace poco a Iquique y aloja en un hostal del centro.

La noche del 2 de abril ambos compartían un momento de solaz cuando retumbó el segundo terremoto (7,6 grados Richter), por lo que inmediatamente bajaron del décimo piso. Cuando pasaban por el noveno encontraron a una madre que, paralizada por la angustia, no podía con sus bebés gemelos.

Minutos después y unas 10 cuadras, ambos llegaron guiando a la señora hasta la zona de seguridad, cargando cada cual una guagua en brazos (en la foto aparecen a la derecha, con sus mochilas).

Ya el día anterior (terremoto grado 8,2 Richter), César había evacuado a lugar seguro, pero después volvió a su alojamiento para rescatar a un huésped que estaba atrapado en su habitación. Rompió un vidrio para acceder al edificio y, en plena oscuridad, lo alejó del área de peligro ante un eventual tsunami.

LA SOLIDARIA
Margarita es una profesional de la Defensoría que la noche del 1° de abril estaba en casa de sus padres cuando la remeció el primer gran sismo y todo quedó a oscuras, mientras la gente corría hacia los cerros. Estaba tranquila por sentirse a salvo con su familia, pero le faltaba saber de sus compañeros de trabajo.

Luego, al contactarse con uno de ellos -Mauricio-, supo que éste se había refugiado con su familia en su auto, estacionado en lo alto de Iquique, tras dejar su departamento ubicado en la costa. Como su vivienda queda en zona lejana a la playa, Margarita le pasó las llaves para que tuviera un refugio seguro, especialmente para sus hijos de 11 y 2 años, este último con prescripción médica de evitar tensiones nerviosas.

EL OPTIMISTA
No le preguntamos de qué se reía, pero contagiaba a todos los que pasaban a su lado mientras desarmaba su carpa hechiza, puesta al lado del Cementerio N° 3 de Iquique. Mario tenía toda la apariencia de ser pobre en cosas materiales, pero derrochaba la riqueza de vivir alegremente.

Nunca desfalleció, aunque llevaba ya dos noches con su mujer -Catalina- y su hijo, Víctor, durmiendo en el suelo, al lado de centenares de tumbas;. Una vecindad que no buscó, pero a lo que fue empujado por el desastre sísmico. Lo que sí eligió fue sonreír y posar ante un ‘grafitti’ que llama a no rendirse. 

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