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19/08/2015
Funcionarios de Tarapacá llevaron atención hasta el poblado altiplático más lejano de la región
Defensoría en Pisiga Carpa: difundir derechos en extrema altura, distancia y desolación
La localidad es la última del territorio nacional en el camino desde Iquique hacia Bolivia.
Por Héctor Mérida C.,
Defensoría Regional de Tarapacá.
Pisiga Carpa está ubicada a 500 metros de la frontera con Bolivia, a 2 mil kilómetros de Santiago y en un sitio elevado a 3 mil 800 metros sobre el nivel del mar. Se trata de uno de los poblados chilenos más extremos, agrestes y singulares del paóis.
Hasta ese lugar cordillerano llegó un equipo de la Defensoría Regional de Tarapacá, con el objetivo de difundir allí la misión institucional y los derechos de las personas ante el sistema de justicia penal, encontrando una calidez humana que se asomaba discreta entre el clima seco y el escaso oxígeno de la puna más plena.
Para comprender la experiencia es preciso detallar que el pueblo lo constituyen ocho manzanas irregulares, formadas por casas de adobe sin pintar, aunque a un costado destaca enorme un celeste templo evangélico de cemento y al medio una moderna plaza de hermosas piedras pulidas, con sombreaderos y ninguna planta, lo mismo que en toda esa área urbana.
El sol cae a plomo, igual que el viento, que levanta con fuerza el polvo y hace bajar drásticamente la temperatura, que en ese momento ya estaba cercana a los cero grados.
“Pisiga Carpa es un pueblo propiamente fronterizo y, como tal, en su entorno transitan no sólo actividades propias del mundo andino, sino que también el comercio y la migración informal, explica Andrea Mamani, facilitadora intercultural de la Defensoría Regional de Tarapacá, quien cumple afanosamente con propiciar la conversación con los pocos habitantes que aparecen por esas calles.
Y luego relata: “Hasta hace cinco años, antes que funcionara el actual complejo fronterizo, el anterior estaba en las afueras del pueblo de Colchane, por lo cual las persona de Pisiga Carpa debían realizar trámites migratorios para ingresar al país aun siendo chilenos. Imagínate a los niños para ir al colegio!”.
La facilitadora agrega finalmente que “es importante mencionar que las comunidades, formalmente divididas por límites nacionales que corresponden a cada Estado, mantienen todavía valores y practicas comunes que corresponden al mundo andino, las que sobrepasan tales fronteras”.
CONTACTO CASA POR CASA
En este entorno, las conversaciones que inicia Andrea Mamani las continúa el Defensor Regional de Tarapacá, Marco Montero, quien -enfundado en ropa térmica- conversa con cada uno de los lugareños que aparecen.
La primera es Jovita, una joven que permanece con su hijo en el frontis de su casa y que, sorpresivamente, resulta ser estudiante universitaria de Iquique. “Vengo a ver a mi familia", explica, tras un buen rato de charla que sirvió para vencer su reticencia inicial.
Los contactos siguen, ahora con don Rafael, un caballero que miraba desde lejos y con interés a los funcionarios que transitaban con chaquetas con el logotipo de la Defensoría, aunque sin hacer amago alguno de acercarse.
La sorpresa es que fue usuario de la institución y tenía un problema pendiente: no estaba cumpliendo con la firma a que le obligaba la pena alternativa que le fue impuesta por conducir en estado de ebriedad. Este contacto casi fortuito permite a los funcionarios detectar el problema e iniciar las gestiones para buscarle solución.
Luego aparece doña Clementina, quien dice sí a todo lo que se le explica mientras se le muestra un folleto sobre la defensa especializada aymara y se ríe de que le saquen fotografías junto a su carro lleno de pan duro, con que alimenta su crianza de cerdos.
FACILITADORA INTERCULTURAL
Pero después, cuando es abordada por la facilitadora intercultural, admite que no entendía nada y agradece que se le aclare lo que hacen en el pueblo estos funcionarios que lo recorren casa por casa.
Luego doña Emilia llega a su lado para preguntarle algo doméstico, mirando con recelo a los funcionarios, que luego supera, pero sin perder la reticencia a que la retraten. Posteriormente se contacta a otros habitantes y la tónica es similar: curiosidad por saber qué hacen en este pueblo estas personas de azul con una estrella blanca, timidez en el contacto y, uno que otro, alguna historia personal o familiar en que necesitaron de la defensa penal pública.
Finalmente, tras un esforzado recorrido, el equipo decide terminar la jornada de difusión, durante la cual sólo halló las calles casi vacías y a los pocos habitantes que permanecen en el pueblo cuando no es día de feria. Pero fue como siempre es al sembrar en el desierto altiplánico: cada semilla germinada vale oro.
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